El tramo más corto y más oscuro: la última caminata de Ashley Summers


El 4 de julio de 2007, Ashley Summers —14 años, Cleveland oeste— salió de una reunión familiar en un patio con piscina y dijo que iría a ver a su tía, a menos de diez minutos a pie. Era pleno verano, calles conocidas, distancia mínima. La vieron por última vez alrededor de las 6:00 p. m. en el área de West 96th Street y Madison Avenue… y no llegó. Aquel mismo día, según la familia, había discutido con su tío abuelo, quien le rompió el teléfono; sin móvil, sin mochila, sin plan de fuga, se desvaneció en el trayecto más corto de su vida.

Desde el inicio, la línea de tiempo se mostró quebrada: algunos reportes ubican su último rastro el 4 de julio; para el FBI, la última vez que la vieron fue “alrededor del 7–8 de julio”, y el 11 se formalizó la denuncia. En una familia grande, donde Ashley a veces dormía con parientes, pasaron días antes de que la ausencia fuera inequívoca. Ese retraso —común, pero letal— dejó al caso con horas huecas que nadie ha podido rellenar del todo.


Años después, el expediente respiró con fuerza: en 2018, el FBI lanzó una “investigative surge” y sumó dos puntos de interés además del cruce de West 96th con Madison: la cuadra 1100 de Holmden Avenue y la 3400 de West 44th Street. Se repitieron registros, canvases y llamados públicos, esta vez con la promesa de recompensa a través de Crime Stoppers. Eran vecindarios que Ashley frecuentaba; si alguien la vio, si alguien escuchó una frase o un motor aquella tarde, el tiempo de hablar sigue siendo ahora. 

El caso también cargó con un rumor persistente: la posible conexión con Ariel Castro, el secuestrador de Berry, DeJesus y Knight. La cronología y la geografía alimentaron la sospecha… hasta que la realidad la desinfló: el FBI precisó que no hay evidencia que vincule a Ashley con Castro y su investigación se maneja de forma independiente. En paralelo, una supuesta captura de cajero en Rhode Island (2015) terminó siendo un falso espejismo: no era ella. Las certezas son pocas, pero están claras.

Quedaron, sin embargo, esos detalles que arañan: el teléfono roto que la dejó incomunicada; una llamada breve, un mes después, a la madre —“soy yo, estoy bien”—, imposible de trazar y jamás confirmada; y un posible avistamiento por parte de un familiar en West 44th que se deshizo entre semáforos. Lo que sí es indiscutible: Ashley llevaba un tatuaje visible, un corazón rojo con el nombre “Gene” en el brazo derecho, detalle que su familia y los agentes han repetido hasta el cansancio. Son piezas pequeñas en un rompecabezas que se niega a mostrar la imagen completa. 

Dieciocho veranos después, su foto sigue mirándonos desde carteles y publicaciones. Si sabes algo —por mínimo que parezca—, el contacto es directo: FBI Cleveland (216) 522-1400, o tips.fbi.gov; también puedes llamar a Crime Stoppers (216) 25-CRIME. Ashley medía 5′5″ (1,65 m) y pesaba cerca de 130 lb (59 kg) cuando desapareció; ojos azules, pelo castaño, el tatuaje del corazón con “Gene”. A veces lo más aterrador no es perderse a miles de kilómetros, sino desaparecer entre dos casas conocidas, en un barrio que te vio crecer… y comprobar que el silencio puede durar más que cualquier verano.


 

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