Era la noche del 20 de agosto de 1989 en Beverly Hills, California, cuando el lujo de una mansión se convirtió en escenario de una masacre. José Menéndez, un poderoso empresario del entretenimiento, y su esposa Kitty estaban en la sala viendo televisión cuando fueron atacados con disparos a quemarropa. La brutalidad del crimen dejó a todos atónitos.
En un inicio, la policía apuntó hacia rivales de negocios de José. Tenía poder, dinero y enemigos suficientes como para imaginar un ajuste de cuentas. Pero pronto, las miradas comenzaron a girar hacia los hijos de la pareja, Lyle y Erik Menéndez. Su comportamiento no encajaba con el de dos jóvenes que acababan de perder a sus padres de manera tan violenta.
En lugar de duelo, hubo derroche. Con la fortuna familiar en sus manos, gastaron sin límites: coches deportivos, relojes de lujo, viajes, mansiones, inversiones en negocios y hasta en producciones de Hollywood. Era como si la herencia fuera un premio recién cobrado. Y aquello levantó todas las sospechas.
El giro decisivo vino de un lugar inesperado: la terapia. Erik, incapaz de cargar con el peso del secreto, confesó el crimen a su psicólogo. La grabación de esa confesión se convirtió en pieza clave del caso, tras intensas batallas legales sobre su validez. Fue la chispa que encendió el juicio más mediático de los años 90.
Durante el proceso, los hermanos alegaron que no fueron movidos por la ambición, sino por el miedo. Afirmaron que durante años habían sufrido abusos físicos y psicológicos a manos de su padre, y que aquella noche dispararon por terror a que sus vidas terminaran en cualquier momento. El relato dividió a la opinión pública: ¿eran víctimas que actuaron desesperadamente o asesinos fríos que buscaron quedarse con la fortuna?
En 1996, tras dos juicios que captaron la atención de millones, Lyle y Erik Menéndez fueron declarados culpables de asesinato en primer grado. Recibieron cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional. Décadas después, y tras años en cárceles separadas, volvieron a reencontrarse en la misma prisión, convertidos en símbolo de un caso que aún genera debates apasionados.
José y Kitty pensaron que habían creado un legado para sus hijos.
Lo que nunca imaginaron es que esos herederos los verían como enemigos a eliminar.
Porque a veces, lo más aterrador no viene de un extraño con una pistola…
sino de los mismos hijos que crecieron bajo tu techo.
1 Comentarios
Este caso es demasiado espantoso. Por cierto felicidades son una muy buena página
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