Nueve días de lágrimas prestadas: la verdad detrás de Susan Smith


Octubre de 1994. Susan Smith, 23 años, entra llorando a una comisaría de Union, Carolina del Sur, y cuenta que un desconocido le robó el coche en un semáforo con sus dos hijos dentro: Michael (3) y Alexander (14 meses). La historia incendia la televisión: durante días, el país escucha súplicas y mira carreteras peinadas por patrullas que buscan un Mazda perdido y dos sillitas vacías. No hay testigos; solo una madre en cámara pidiendo que se los devuelvan. 

El 9.º día, la mentira se deshace. Smith confiesa que condujo hasta la rampa de botes del lago John D. Long y dejó que el auto se deslizara al agua con los niños atados en sus asientos. Los buzos recuperan el coche esa misma noche. El caso, que ya era nacional, se vuelve símbolo: no hubo secuestrador; hubo una puesta en escena con lágrimas a cuadro. Años después, una recreación policial mostraría cuánto tardó en hundirse el vehículo y cómo el agua fue subiendo dentro del habitáculo: una cronología insoportable que no deja lugar a “accidentes”. 


¿El porqué? La fiscalía apuntó a un motivo helado y concreto: Tom Findlay, un hombre con el que salía Susan, le había escrito que no quería una vida con hijos. El juicio escuchó su testimonio y leyó esa carta; el móvil no necesitó metáforas. Lo que el país había creído un asalto se reveló como una decisión que empezó en una despedida y terminó en una rampa. 

En julio de 1995, un jurado declaró a Susan Smith culpable de dos asesinatos; la sentencia fue cadena perpetua con posibilidad de libertad condicional tras 30 años. La imagen quedó clavada en la memoria colectiva: una madre que inventó a un agresor —incluso racializando su mentira— y sostuvo el engaño durante nueve días, mientras el lago guardaba la verdad a metros de la costa. 


Treinta años después, el 20 de noviembre de 2024, la Junta de Libertad Condicional de Carolina del Sur le negó por unanimidad la salida: escucharon su arrepentimiento, los alegatos de la familia paterna, y concluyeron que debe seguir presa. Según las normas estatales, podrá volver a solicitar audiencia cada dos años, pero su condena sigue en pie en Leath Correctional Institution. El eco de aquellas vigilias no se apagó: solo cambió de sala. 

Michael y Alexander confiaban en que su madre los cuidaría. Nueve días, millones de personas creyeron en sus lágrimas. En Pesadillas en tu pantalla, este caso no es morbo: es memoria. Porque a veces, lo más aterrador no es que un extraño te arrebate lo que amas… sino descubrir que la mano que lo soltó fue la misma que juró protegerlo.

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