Era la tarde del 9 de octubre de 1999, en Mijas, Málaga. Rocío Wanninkhof, una joven de 19 años, salió para encontrarse con amigos durante la feria local. Nunca regresó.
Al día siguiente, ante la desesperación, su madre denunció la desaparición. La búsqueda fue intensa: vecinos, voluntarios y Guardia Civil rastrearon caminos, bosques y carreteras. Pero la luz de esperanza pronto se tornó gris.
Tres semanas después, el 30 de octubre, hallaron el cuerpo de Rocío en un terreno cercano. Llevaba señales de violencia. El hallazgo sacudió a toda Andalucía.
La investigación se centró en Dolores Vázquez, ex pareja de la madre de Rocío. A pesar de no tener pruebas físicas, fue señalada públicamente, juzgada con sesgos y condenada en 2001 a 15 años. Fue víctima de la “pena de telediario”.
Pocos meses después, el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía anuló la sentencia. Se descubrió que se había condenado bajo presión mediática y prejuicio, sin evidencias concluyentes. Dolores fue puesta en libertad tras pasar 17 meses encarcelada siendo inocente.
El caso dio un giro cuando en 2003 apareció el cadáver de Sonia Carabantes, en Coín. El ADN hallado allí coincidió con pruebas del crimen de Rocío, y apuntó directamente al verdadero asesino: Tony Alexander King, un británico con historial de agresiones sexuales.
En 2006, King fue declarado culpable y condenado a 36 años por la muerte de Sonia, y 19 años por la de Rocío. La justicia, aunque tardía, identificó al verdadero culpable.
A pesar de haber sido absuelta, Dolores Vázquez nunca recibió una compensación adecuada. El Estado le ofreció 120 000 €, mientras ella exigía cuatro millones, sin lograr reparación.
Hoy, en 2025, su pueblo natal —Betanzos— le rindió un homenaje con el premio Úrsula Meléndez de Texeda y pidió al Gobierno una disculpa pública. Una honra simbólica que aún no compensa el daño sufrido.
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