Alcàsser: tres sonrisas, una fosa y un fugitivo que aún falta en el banquillo

Era la tarde del 13 de noviembre de 1992 en Alcàsser (Valencia). Miriam García (14), Toñi Gómez (15) y Desirée Hernández (14) salieron de casa con un plan sencillo: llegar a la discoteca Coolor, en Picassent, donde el instituto celebraba una fiesta. Como tantas veces en aquella época, hicieron autostop. Nunca llegaron. 

Durante 75 días, España entera buscó a las tres adolescentes. Sus fotos ocuparon telediarios, farolas y portadas; el país aprendió sus nombres de memoria mientras se peinaban arcenes, acequias y polígonos. La noche del 27 de enero de 1993, dos apicultores hallaron los cuerpos semienterrados en una fosa del paraje de La Romana (Tous). La noticia quebró la esperanza y marcó a una generación. 

La investigación señaló pronto a Miguel Ricart y Antonio Anglés, delincuentes conocidos en la zona. En 1997, un tribunal condenó a Ricart a 170 años por secuestro, violación y asesinato, con un cumplimiento máximo de 30 años según el Código Penal de 1973. Anglés, considerado el principal implicado, huyó y desde entonces es uno de los fugitivos más buscados. 


La huida de Anglés es ya parte del mito negro: tras esconderse en España, habría alcanzado Portugal y embarcado como polizón en el City of Plymouth. Detectado a bordo, se escapó por una ventana; volvería a desaparecer en Dublín antes de que la policía lo localizara. Tres décadas después, sigue prófugo y con orden internacional; en 2021 la Audiencia de Valencia reactivó diligencias sobre su fuga. 

La discoteca Coolor —el destino que nunca alcanzaron— quedó para siempre adherida al caso; acabó derribada en 2012, y su solar se convirtió en símbolo silencioso de una noche que no terminó. 

El Caso Alcàsser transformó la crónica negra y la televisión españolas. Hubo cobertura sin precedentes, con programas en directo que acompañaron a las familias, pero también un debate ético por el sensacionalismo y la exposición del dolor. A día de hoy, estudios académicos siguen analizando aquella cobertura como un punto de inflexión para el periodismo de sucesos. 


El paso del tiempo no ha cerrado del todo el expediente: en 2019 aparecieron restos óseos en la misma fosa, luego atribuidos a Miriam por ADN; un hallazgo que volvió a agitar dudas y teorías, aunque los investigadores lo consideraron no determinante para el caso. 

Con los años, Ricart quedó en libertad en 2013 tras la caída de la doctrina Parot —sigue siendo el único condenado— mientras Anglés continúa siendo el gran ausente. Entre ambos nombres se sostiene el trauma colectivo: justicia a medias, dolor completo. 

Más allá de las hemerotecas, quedan tres biografías interrumpidas y una lección incómoda: una rutina nocturna —hacer autostop para ir a bailar— bastó para que el azar y la maldad coincidieran. Alcàsser no es solo un caso, es un espejo: de nuestras vulnerabilidades, de cómo informamos, de cómo buscamos y de cómo reparamos.


Y las preguntas siguen en pie: ¿Dónde está Antonio Anglés? ¿Cómo pudo escapar y mantenerse oculto tanto tiempo? ¿Qué aprendimos —de verdad— para proteger a quienes vuelven a casa por una carretera oscura? Porque lo más aterrador no es solo lo que les pasó a Miriam, Toñi y Desirée… sino comprobar que, a veces, la justicia no alcanza a todos. 

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