El 1 de septiembre apareció su Mercedes Clase A negro estacionado en el aparcamiento de Las Dehesas (Cercedilla), punto de partida de muchas rutas que Blanca conocía desde niña. Dentro del vehículo no había indicios de violencia. El hallazgo volcó a fuerzas de seguridad y voluntariado hacia la Sierra de Guadarrama, con un puesto de coordinación en el propio parking.
La búsqueda fue masiva: guardias civiles, policías, bomberos, vecinos y montañeros peinaron collados y canchales. El operativo barrió sendas hacia La Peñota, macizo rocoso cercano al coche, mientras las últimas imágenes de Blanca y los testimonios de ese fin de semana alimentaban una carrera contra el reloj.
A mediodía del 4 de septiembre de 2019, un sargento de la Guardia Civil fuera de servicio, guiado por su perra, localizó el cuerpo de Blanca en una zona de difícil acceso muy próxima a La Peñota. Cerca, una mochila y objetos personales; en el coche, documentación y pequeñas compras hechas el día 24. La noticia conmovió al país.
Los primeros exámenes forenses no apreciaron signos de violencia ni traumatismos compatibles con una caída accidental. La investigación se inclinó hacia una muerte no violenta y descartó el homicidio: la hipótesis oficial se movió entre muerte natural y suicidio. Años después, la familia habló abiertamente de salud mental y confirmó que Blanca se quitó la vida, rompiendo el tabú público en torno al suicidio.
La cronología reconstruida dejó migas de pan: el ticket del supermercado, las llaves y medicación entre sus cosas, y el rastro hacia Pino Solitario en la subida a La Peñota. Un vecino dijo haberla visto y escuchar de ella misma el destino de la ruta; su testimonio tardó en engrasar la maquinaria de búsqueda.
Blanca había advertido en casa que se marchaba “unos días a recorrer la zona” y, según sus hermanos, en otras ocasiones se ausentaba brevemente para desconectar. La diferencia, esta vez, fue irreversible. La realidad de una campeona que cargaba con luchas íntimas quedó al desnudo cuando el foco se apagó.
El impacto social fue inmediato: once días de rastreos, ruedas de prensa, móviles de rescate y una despedida unánime a la primera mujer española con medalla olímpica de invierno (bronce en Albertville 1992). La montaña que amó guardó su último secreto; el país la despidió entre homenajes.
Quedó, sin embargo, la lección incómoda: una búsqueda gigantesca que recibió tarde una pista clave, un caso que obligó a hablar de bipolaridad y de suicidio sin estigma, y la necesidad de que el deporte —y la sociedad— pongan la salud mental en el centro. El debate continúa, pero gracias a su familia ya no se susurra.
Porque lo más aterrador no es solo perderse en la montaña, sino desvanecerse en silencio. Blanca fue una pionera en la nieve y, sin quererlo, también en abrir una conversación que puede salvar vidas. La sierra de Cercedilla guarda su memoria; el resto, nos toca cuidarlo a todos.
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