María Cash: 1.600 kilómetros de dudas, 14 años de silencio

Salió de Buenos Aires el 4 de julio de 2011, con 29 años y una valija roja, rumbo a Jujuy. Se llamaba María Cash, diseñadora, inquieta, de viajes y apuntes de tela. Nunca llegó. Desde entonces, su nombre es pregunta en la Argentina entera. 

En el trayecto hubo señales dispares: llamadas a su familia, mensajes, angustia en la voz. El 8 de julio la registraron cámaras en el ex peaje Aunor de Salta; ese mismo día habría pedido ayuda para una llamada en la terminal y, la víspera, se presentó con DNI en el Hospital San Bernardo, pero se fue antes de ser atendida. Después, nada que cierre del todo. 

La cronología reconstruida sitúa a María haciendo dedo y aceptando traslados cortos: a Torzalito (General Güemes), donde dijo “no estoy alterada ni perdida”, y luego con un camionero hasta la gruta de la Difunta Correa sobre la Ruta 9/34. Allí se pierde su rastro: kilómetro, polvo y una tarde que no vuelve. 


La familia buscó por todo el NOA. En 2014, su padre Federico Cash murió en un choque en La Pampa, con el auto lleno de folletos de su hija. La búsqueda siguió con la madre y sus hermanos, entre rutas, hospitales y cárceles, empujando un expediente que se negaba a despertar. 

La causa pasó a justicia federal con una hipótesis dominante: trata de personas, con allanamientos en prostíbulos y derivaciones internacionales. La tesis nunca se probó, pero orientó (y también encorsetó) la instrucción durante años. 

En noviembre–diciembre de 2024 todo volvió a moverse: fue detenido el camionero Héctor Romero, el último en verla, acusado de homicidio calificado. Los fiscales señalaron incongruencias en sus dichos, tráfico de llamadas y nuevos testimonios que lo colocaban en el centro. Se prepararon rastrillajes para buscar el cuerpo. 


Pero el impulso se desinfló en mayo de 2025: el Juzgado Federal N.º 2 de Salta sobreseyó a Romero y lo desvinculó del caso. La causa volvió a quedar sin imputados, a pesar de trece años de pistas, marchas y contramarchas. 

Catorce años después, el expediente conserva sus certezas mínimas: la última imagen en el peaje Aunor, los testimonios de Torzalito y Ruta 9/34, y una desaparición sin escena. Cada aniversario, la prensa recuerda el caso y el Estado renueva recompensas; la pregunta sigue intacta. 

¿Fue trata? ¿Un crimen en ruta sin testigos? ¿Un trayecto azaroso que terminó mal? ¿Quién la subió a un vehículo en la tarde del 8 de julio… y dónde la bajó? La historia de María es un rompecabezas con piezas que no encastran y un vacío que no prescribe.


Porque lo más aterrador no es encontrar un cuerpo: es no encontrar nada. Es que la última huella sea un fotograma borroso y que, catorce años después, María Cash siga caminando —solo en la memoria— por una banquina del norte, a la espera de que alguien rompa, al fin, el pacto de silencio. 

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