Valeria Afanador: la niña que se perdió donde debía estar a salvo



Era la mañana del 12 de agosto de 2025 en Cajicá (Cundinamarca). Valeria Afanador Cárdenas, 10 años, síndrome de Down, salió al colegio Gimnasio Campestre Los Laureles con esa luz que, dicen, lo llenaba todo. Nadie imaginó que ese trayecto cotidiano iba a romperse para siempre. 

A media mañana, las cámaras la captaron moviéndose hacia una zona verde junto a unos arbustos, en el límite del plantel. Después, nada. El reloj se volvió enemigo y el colegio, escenario de preguntas que todavía queman. 

La búsqueda fue inmensa: Policía, Ejército, bomberos, equipos forestales, perros, drones y vecinos que no se rindieron. Se analizaron cientos de horas de video. Pasaron 18 días y el nombre de Valeria ya era una plegaria repetida en carteles y marchas.

 

El 29 de agosto, la historia se partió en dos: hallaron a Valeria en un sector pantanoso a orillas del río Frío, a unos cientos de metros del colegio; un sitio que, según autoridades, ya había sido inspeccionado. La cercanía dolió como una ironía cruel. 

El dictamen de Medicina Legal apuntó a ahogamiento por sumersión y descartó señales de violencia física o agresión sexual; el periodo de desaparición y el momento del hallazgo encajaban en la línea temporal. La causa oficial parecía cerrarse en frío. 

Pero la familia no lo acepta. El padre denunció marcas: un morado en el tórax y una lesión en la mano derecha. “Esas heridas no estaban cuando la dejamos en el colegio”, dijo, pidiendo investigar la intervención de un tercero. Su dolor abrió otra ruta. 




La Fiscalía mantiene dos hipótesis: accidente por fallas de vigilancia o participación de un tercero. Llamó a declarar a docentes —incluido el de Educación Física— y notificó nuevas diligencias, mientras el colegio tomó decisiones internas. Nada es concluyente aún. 

La familia acudió a tutela para acceder plenamente al expediente y a las pruebas. En paralelo, el plantel respondió a críticas por cambios de infraestructura y defendió su colaboración. En el expediente, cada demora pesa como una piedra. 

Cajicá quedó en silencio con velas y globos blancos. El rostro de Valeria —sonrisa amplia, ojos chispeantes— se convirtió en emblema de una verdad que no llega. La pregunta más simple sigue sin respuesta: ¿quién falló en protegerla cuando más lo necesitaba? 




Hoy, su nombre es advertencia: los trayectos seguros no existen si la vigilancia es frágil y los protocolos se rompen. ¿Fue un accidente producto del descuido… o alguien movió hilos que aún no vemos? ¿Cuántas niñas más quedan a medio camino entre omisiones y silencios? Porque lo más aterrador no es perderse en la noche, sino desaparecer a plena luz… en el lugar que debía cuidarte. 

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