El niño pintor que nunca volvió: el misterio de David Guerrero en Málaga

Era la tarde del 6 de abril de 1987 en Málaga. David Guerrero Guevara, 13 años, conocido como el niño pintor, salió de su casa en la barriada 25 Años de Paz (Huelín) con la carpeta bajo el brazo. Debía tomar un autobús hacia el centro para llegar a la galería La Maison —donde se exponía su obra— y atender una entrevista con el periodista Paco Fadón (Radio Popular). Su madre lo despidió en el portal. Nunca regresó. 

David no era un adolescente cualquiera: había logrado exponer un Cristo de la Buena Muerte que asombró a crítico y público por su madurez técnica. Aquella tarde, tras la entrevista en la galería, pensaba pasar por la peña El Cenachero, donde tomaba clases de pintura. Su padre iría después a recogerlo. No llegó a ninguno de los dos sitios. 

La desaparición activó una búsqueda masiva: carteles por toda Málaga, batidas y entrevistas a vecinos, conductores y comerciantes del recorrido Huelín → Muelle Heredia → centro. Sin escena del crimen, sin testigos decisivos y sin cámaras útiles en 1987, el rastro se cortó en minutos. Interpol acabaría calificando el expediente como uno de los más “desconcertantes” del archivo europeo. 

La primera gran línea se abrió en 1990: una camarera halló en la habitación de un turista suizo, Rudolf Eschmann, una servilleta con la anotación “David Guerrero – Huelín”. La policía vinculó esa pista con una caricatura que David había hecho de un hombre mayor días antes de desaparecer. Cuando fueron a por Eschmann, ya había fallecido; se revisó su laboratorio fotográfico, sin resultados concluyentes. La vía se enfrió. 

En octubre de 2019 saltó otra sorpresa: aquella caricatura reapareció en el buzón de una excompañera de clase —la misma a la que David se la regaló—, lo que empujó a reabrir diligencias. Ese mismo año llegó a la policía un aviso anónimo sobre un tal “Gervasio”, vinculado a la escuela de pintura; la pista se comprobó y quedó sin recorrido. Nada encajó del todo. 

El giro de 2023 desmontó la teoría del suizo: un estudio fisonómico concluyó que la caricatura no representaba a Eschmann. La Policía Nacional rearmó el caso “desde cero” y cribó >700 identidades de interés histórico. Pese al esfuerzo, no hubo imputaciones ni hallazgos determinantes. 

La cronología oficial, reconstruida con testimonios y registros, sitúa a David saliendo de casa hacia las 18:40, camino de la parada del mercado de Huelín para bajar en Muelle Heredia y caminar unos minutos hasta La Maison. En algún punto de ese trayecto se quebró su rastro. La casa, la parada, el muelle, la galería: nada habló. 

Con los años, el caso volvió a la agenda pública: documentales como “Luz en la oscuridad: El niño pintor” y nuevas piezas periodísticas aportaron orden y memoria, no certezas. La investigación sigue archivada intermitentemente, pendiente de cualquier indicio sólido que permita reabrirla con opciones reales. 

Para su familia —con Antonia, su madre, como voz tenaz— el tiempo no borra, fija. Ella ha narrado una y otra vez la última tarde: la merienda, la despedida, la carpeta azul perdiéndose en la esquina. Décadas después, insiste en que alguien vio algo y todavía puede contarlo. 


Quedan preguntas que pesan como plomo: ¿quién interceptó a David en un trayecto de minutos?, ¿qué explica la servilleta y la caricatura que volvió de la nada?, ¿por qué 36–38 años después seguimos sin una verdad judicial? Porque a veces lo más aterrador no es un crimen sangriento… sino la desaparición que convierte una vida —y a una familia— en una espera interminable. 

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