Juana Ramos: ocho años sin cuerpo, un sospechoso y un barrio que no olvida


 Era 20 de agosto de 2016 en Las Palmas de Gran Canaria. Juana Ramos, 56 años (entonces), salió de su casa en La Paterna con un plan sencillo: verse con su expareja para hablar de asuntos pendientes. No volvió. Desde esa noche, su nombre quedó cosido a una pregunta que devora: ¿dónde está Juana? 

Las primeras horas fueron llamadas sin respuesta, recorridos por la zona, una denuncia y el barrio entero en vilo. Equipos de Policía, Guardia Civil, Protección Civil y guías caninos peinaron barrancos, fincas y carreteras. Nada. Juana —madre, comerciante, vecina muy conocida en La Paterna— se había desvanecido sin dejar rastro. 

La investigación se cerró pronto sobre un nombre: Miguel Ángel Ramos (Miguel Ramos), su excompañero sentimental tras 14 años de relación. Fuentes del caso relatan contradicciones en sus versiones y registros de telefonía que no encajaban con su relato aquella noche. Aun así, faltaba lo esencial: el cuerpo


Hubo detención, registros y búsquedas ampliadas. En marzo de 2017 la Policía Nacional detuvo a Miguel Ramos Quesada como principal sospechoso. Se rastrearon fincas vinculadas a su entorno. Pesaban sobre él indicios, pero la gran prueba —encontrar a Juana— seguía sin aparecer. 

Durante años el caso pareció agarrotado. Hasta que en abril de 2024 llegó el giro: la jueza del Juzgado de Violencia sobre la Mujer nº 2 dio por concluida la investigación y procesó a Miguel Ramos por asesinato, abriendo camino a un juicio con jurado. La Fiscalía apoyó que se sentara en el banquillo. 

En febrero de 2025, ya en fase de preparación del juicio, la magistrada citó a declarar a los dos hijos del investigado como testigos. La causa avanzaba contrarreloj, con el peso de ocho años de vacío y una familia que solo pide verdad y despedida. 


El calvario tuvo otro sobresalto en agosto de 2025: apareció un cuerpo en un barranco de Gran Canaria donde años atrás se había buscado a Juana. Las alarmas se encendieron… hasta que se confirmó que no era ella. El duelo quedó otra vez en pausa.

En la calle, el caso nunca se apagó: marchas, carteles y concentraciones mantuvieron vivo su nombre. La prensa local dedicó especiales, cronologías y preguntas abiertas; el barrio, su propia memoria. La Paterna sigue diciendo en voz alta lo que la justicia aún no ha podido contestar. 

El de Juana Ramos es también un debate jurídico: ¿puede haber condena sin cadáver? España tiene precedentes, pero exige indicios “contundentes y convergentes”. Aquí, el tribunal popular deberá hilar relatos, peritajes y trazas tecnológicas para fijar una verdad judicial sin el cuerpo de la víctima. 


Y quedan las preguntas que atraviesan cualquier sentencia: ¿qué le hizo realmente su asesino? ¿Dónde están sus restos? ¿Cuántas familias vivirán esta angustia sin tumba donde llorar? Porque lo más aterrador no es solo la certeza del crimen: es el silencio del vacío, ese que condena a esperar a quienes aman y buscan desde 2016.

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