La Guardia Civil fijó muy pronto su hipótesis: una cámara de seguridad de ADIF, situada a unos metros del apeadero, captó una figura diminuta caminando sola por las vías en dirección a Álora. Aquella secuencia —borrosa, breve— apuntaló la línea oficial: Lucía se fue sola.
Al amanecer, el golpe: a unos 4–4,2 kilómetros de la estación, junto a la traza férrea, apareció el cuerpo sin vida de la niña. La primera conclusión forense habló de traumatismo craneoencefálico severo compatible con el impacto de la parte baja de un tren; también describió erosiones leves en piernas y talones y manchas de grasa como las que dejan los bajos de los convoyes. Hora de la muerte: entre las 5:00 y las 7:00.
El maquinista del primer Cercanías creyó ver un “bulto” en la vía alrededor de las 6:45. En el viaje de vuelta se confirmó la peor noticia. Para los investigadores, la secuencia encajaba: caminata nocturna, agotamiento, sueño sobre las traviesas y un golpe accidental al paso del tren.
Un año después, en junio de 2018, el Juzgado de Instrucción n.º 10 de Málaga archivó el caso: no había indicios de la intervención de terceras personas ni restos biológicos ajenos; las imágenes y la trazabilidad del calzado reforzaban el relato de accidente. La pregunta que todos repetían —¿cómo puede caminar una niña de tres años tantos kilómetros a oscuras?— quedó sin respuesta jurídica, pero sin delito que sostener.
La familia nunca aceptó esa conclusión. Encargó informes propios, señaló tiempos difíciles de cuadrar y que los perros no siguieron un rastro claro aquella madrugada. En 2023, una perito judicial presentó un dictamen alternativo: “homicidio disfrazado de accidente”, con la posible intervención de un adulto; incluso planteó, con apoyo de análisis forense y visión por computador, la presencia de una persona oculta tras una caseta en la estación. La causa penal no se reabrió, pero el debate público volvió a arder.
En vía contencioso-administrativa, los padres reclamaron que el Estado (ADIF) respondiera por fallos de vigilancia de cámaras y por no suspender el tráfico ferroviario aquella mañana. Hubo un fallo inicial favorable; pero en febrero de 2024 la Audiencia Nacional revocó: el tribunal consideró razonable no detener los trenes con la información disponible entonces y vio insuficientes los errores de visionado para fijar responsabilidad patrimonial.
Así, el relato oficial permanece: accidente sin terceros, cámara que sugiere que salió sola, 4 km de noche y silencio, y un impacto que la medicina forense sitúa como causa de muerte. Y, frente a él, la duda social —¿es verosímil esa caminata?— y los informes de parte que sostienen otra historia posible. Dos verdades que no dialogan, separadas por una vía.
Lo que sí sabemos es que Lucía fue despedida con globos blancos y un clamor que no caduca: “Queremos saber”. Porque en Pizarra todavía escuece la misma pregunta: ¿fue solo un accidente o faltaron ojos —y manos— para proteger a una niña en un lugar de riesgo?
Las preguntas que siguen abiertas son las que más duelen:
¿Qué falló primero: la vigilancia, los tiempos o la imaginación para pensar lo impensable?
¿Puede una cinta borrosa explicar por completo cuatro kilómetros de noche?
¿Y cuántos casos más quedan atrapados entre un auto de archivo y una familia que no deja de buscar? Porque lo más aterrador no siempre es lo que dicen los informes… sino lo que nunca llegan a explicar.
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