Miriam Vallejo: la caminata que nunca debió romperse (cronología, giros y el caso reabierto)


 La noche del 16 de enero de 2019, en el entorno de Meco (corredor del Henares), Miriam Vallejo —25 años— salió a pasear a los perros y no volvió. Minutos después, una pareja la encontró malherida en un camino de tierra. Sus últimas palabras, según esos testigos, fueron un ruego dirigido en plural: “¡Dejadme, dejadme!”. Poco después, perdió la vida. 

El impacto fue inmediato: una joven atacada en un trayecto cotidiano, a escasos minutos de casa. La autopsia fijó el horror con números: 89 puñaladas. No hubo robo, no hubo móvil claro; sí una brutalidad que descolocó a una comunidad entera. 

La investigación miró primero al círculo cercano. Sergio S. M., novio de la mejor amiga y compañero de piso de Miriam, fue detenido meses después: había ADN cruzado en prendas… pero los tres compartían lavadora. Tras cuatro meses de prisión provisional, salió en libertad y la causa contra él terminó archivada por falta de pruebas. No hubo encausados firmes. 



El expediente respiró, pero no se cerró. En enero de 2024 volvió a recordarse que el crimen seguía sin autor conocido; en julio de 2025, la Guardia Civil reactivó la investigación con una reconstrucción sobre el terreno. Fuentes de la nueva línea apuntan incluso a la posible intervención de varias personas, lo que encajaría con aquel “dejadme” en plural. 

Los mapas del caso dibujan un corredor de pistas: el paraje cercano al centro penitenciario de Alcalá-Meco, los collares luminosos que Miriam había comprado para los perros, el breve intervalo —apenas minutos— en el que todo ocurrió. Un puzle de tiempos, trayectorias y silencios. 

También hubo ruido. Rumores en redes intentaron vincular el crimen con figuras mediáticas de otros casos —como el llamado “Rey del Cachopo”—, pero no existe relación judicial alguna entre ese condenado y el expediente de Meco. La confusión solo añade sombra a una causa que necesita luz. 



Se barajaron confesiones espurias (un politoxicómano se atribuyó los hechos sin credibilidad) y regresos periódicos al entorno de la víctima. Ninguna hipótesis alcanzó el estándar probatorio. Dos veces se archivó provisionalmente, y dos veces la necesidad de respuestas trajo de vuelta el trabajo de campo. 

Lo cierto, hoy, es lo incómodo: Miriam murió por un ataque feroz, en un camino que muchos transitaban sin miedo, y nadie está cumpliendo condena por ello. La familia sigue reclamando un cierre que no sea solo administrativo, y cada aniversario devuelve su nombre a titulares y concentraciones. 

El caso dejó lecciones que raspan: compartir lavadora puede contaminar indicios, reconstruir en frío exige alinear milimétricamente cámara, cronómetro y trayecto, y una frase de una víctima agonizante puede cambiar —años después— el eje completo de una investigación. Por eso la reconstrucción de 2025 puede ser la pieza que faltaba. 



Quedan preguntas que todavía pesan: ¿fue un ataque múltiple, breve y planificado, o una agresión de oportunidad amplificada por el número? ¿Qué no vimos —o no quisimos ver— en ese intervalo de minutos? Porque lo más aterrador no siempre se esconde en un callejón remoto: a veces aparece en el mismo sendero de siempre, a la hora de siempre, cuando creemos que nada puede pasar.

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