Nadia, 5 años: la tarde en que Llano de Brujas dejó de ser un lugar seguro


 Era el 2 de abril de 2025 en Llano de Brujas (Murcia). Una pedanía pequeña, calles conocidas, rutinas que se repiten sin miedo. En cuestión de minutos, todo cambió para siempre: una niña de 5 años, Nadia, dejó de jugar para convertirse en el símbolo de algo que nadie quiere nombrar pero que existe, silencioso, dentro de muchos hogares.

La historia duele por su sencillez: la expareja de su madre la recogió para un trayecto breve. Nada parecía extraordinario. A esa hora, la vida seguía como si nada, mientras al otro lado de la puerta se preparaba el golpe más cruel: atacar a una mujer en lo más sagrado, su hija. Eso tiene un nombre: violencia vicaria. 

España contuvo la respiración. El Ministerio de Igualdad confirmó que Nadia era la primera menor reconocida oficialmente como víctima de violencia vicaria en 2025; la condena institucional fue unánime y el propio presidente habló de “horror insoportable”. Era un recordatorio incómodo: no siempre hay sombras en la calle; a veces, la amenaza tiene llaves. 



La investigación se movió deprisa. Fuentes de la Guardia Civil señalaron que la pequeña fue localizada en el coche del sospechoso y que, presuntamente, había ingerido pastillas durante el trayecto. El hombre fue detenido en Torrevieja (Alicante) pocas horas después, mientras los análisis forenses fijaban las primeras respuestas. 

Los datos que siguieron estremecen: no constaban denuncias previas de la madre en el sistema Viogén, pero el detenido arrastraba condenas antiguas por amenazas a otras mujeres (2010 y 2014). El juzgado decretó su ingreso en prisión provisional. La estadística no consuela; solo explica que a veces el riesgo no está documentado, pero existe. 

Hubo un detalle que heló la sangre: la madre —Ramona— contó que recibió una llamada del hombre diciendo que la niña “ya estaba en el cielo”. No fue un impulso; fue un mensaje calculado para destruir. Cada palabra, una herida. Cada minuto, un laberinto que nadie debería caminar.


Después llegaron las velas, las flores, los dibujos con su nombre atados a una valla. Llano de Brujas se quedó en silencio a la hora del minuto de recuerdo, y ese silencio pesó más que cualquier grito. La imagen de Nadia —sonrisa detenida en fotografías familiares— empezó a multiplicarse en pancartas y perfiles, como si repetirla fuera una forma de protegerla por fin.

En paralelo, las cifras que nadie quiere leer: primera menor reconocida en 2025; 63 menores desde que se contabilizan estos casos (2013). Las instituciones recordaron recursos de emergencia que deben estar siempre a mano: 016, 112, WhatsApp 600 000 016 y la app AlertCops. La prevención también es memorizar números antes de necesitarlos. 

El expediente judicial sigue abierto, pero hay verdades que no requieren sentencia: cuando un agresor usa a una criatura para castigar a una mujer, no hay accidente posible; hay voluntad de daño. Las preguntas que ahora importan miran al futuro inmediato: detección temprana, coordinación, medidas cautelares que lleguen a tiempo incluso cuando no hay denuncia formal.



Y aquí estamos, con su nombre latiendo a media tarde: Nadia. ¿Cuántas señales pasan desapercibidas porque no encajan en un formulario, porque no hay “riesgo objetivo” hasta que ya es demasiado tarde? ¿Qué tendría que cambiar —en juzgados, en escuelas, en barrios— para que una niña jamás vuelva a convertirse en el mensaje de odio de un adulto? Porque lo más aterrador no es solo perder a una pequeña; es asumir que la amenaza puede estar dentro, sonriendo, hasta el segundo exacto en que decide romperlo todo. 

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