Pasaron los días, luego los meses. La Guardia Civil rastreó naves, acequias, fincas, pozos; el nombre de Wafaa se sumó a la lista de desaparecidas que obligan a mirar dos veces cada descampado. Pero el rastro era un hilo roto.
El 17 de junio de 2021 llegó el giro: los agentes hallaron sus restos en el fondo de un pozo de una finca vinculada al entorno del sospechoso, en La Pobla Llarga, a pocos kilómetros de Carcaixent. La búsqueda cambió de verbo: de “encontrarla” a “levantar el cadáver”. El pueblo decretó luto.
La investigación señaló a David Soler, alias “El Tuvi”: antecedentes por violencia de género, alertas activas en los sistemas policiales y un itinerario de control y obsesión sobre la víctima. Fue detenido y el caso pasó de desaparición a homicidio con un nombre y un pozo.
Los informes forenses dibujaron la brutalidad: asfixia, extremidades atadas, disparos con escopeta de perdigones y agresión sexual. Una secuencia de violencia sostenida que, según los investigadores, culminó con el cuerpo arrojado al pozo para borrar el crimen.
En noviembre–diciembre de 2024, un jurado popular escuchó declaraciones, peritajes y relatos de testigos. El 3–4 de diciembre, por unanimidad, declaró a El Tuvi culpable de asesinato con alevosía y ensañamiento y de atentar contra la libertad sexual de Wafaa. El veredicto recogió que la torturó (disparos con balines, cuchilladas) y la arrojó al pozo; la defensa no logró que prosperaran atenuantes de embriaguez ni trastorno mental.
La sentencia llegó el 16–17 de diciembre de 2024: prisión permanente revisable por el asesinato y 8 años adicionales (más 10 de libertad vigilada) por la agresión sexual. La resolución fijó, además, indemnizaciones civiles para la familia. El fallo fue un mensaje nítido: no habría indulgencia.
En julio de 2025, el TSJ de la Comunidad Valenciana confirmó íntegramente la condena a prisión permanente revisable, desestimando el recurso de la defensa. La vía quedó lista para casación, pero la fotografía judicial del caso se consolidó.
Mientras la maquinaria penal avanzaba, el dolor habló en voz alta. En el juicio, la madre de Wafaa pidió saber “por qué ese monstruo” la mató; describió a su hija con sueños y sin dobleces. En la sala se escuchó también a mujeres que narraron la violencia previa del acusado. No eran notas al margen: eran el contexto.
El caso Wafaa es hoy símbolo y advertencia: una joven de 19 años arrancada de su vida por un depredador reincidente; 19 meses de incertidumbre hasta el pozo; años de proceso hasta la condena. Y una pregunta que no se apaga: ¿por qué alguien con ese historial seguía en la calle?
Porque lo más aterrador no siempre es desaparecer… sino saber que el monstruo estaba allí desde hacía tiempo, esperando la oportunidad. Wafaa Sebbah ya no volverá; su nombre, sí: cada vez que la justicia tarde, cada vez que un pozo se convierta en tumba, cada vez que la sociedad dude entre mirar o mirar a otro lado.
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