Durante 75 días, sus familias y miles de voluntarios peinaron cunetas, naranjales y barrancos. La televisión convirtió la búsqueda en un latido nacional: sus fotos en cada informativo, teléfonos de contacto, líneas de rastreo. Pero el mapa devolvía silencio.
El 27 de enero de 1993, dos apicultores encontraron una fosa en el paraje de La Romana, cerca del pantano de Tous. Allí estaban las tres, semienterradas. La brutalidad de lo que revelaron las autopsias (secuestro, torturas, agresiones) heló al país y marcó a una generación.
La investigación señaló a dos delincuentes habituales de la zona: Antonio Anglés y Miguel Ricart. Ricart fue detenido, juzgado y condenado a 170 años por secuestro, violación y asesinato; en 2013 quedó en libertad por la anulación de la “doctrina Parot” en Estrasburgo. Anglés huyó y, desde entonces, su nombre late como una pregunta sin cierre.
La fuga de Anglés es una historia aparte: rastros en Valencia, saltos hacia Cuenca y Portugal, la pista irlandesa del carguero “City of Plymouth” y, ya en la última década, reactivaciones de su búsqueda en toda Europa. Europol y la Policía reimpulsaron su localización en 2021; Interpol mantiene la herramienta de notificación roja para prófugos como él. Nadie lo ha visto desde 1993.
Treinta años después, el caso siguió generando hallazgos e hipótesis: restos óseos aparecidos en 2019 en la zona de la fosa se confirmaron como de Míriam; y pericias recientes localizaron rastros antiguos de sangre en el coche asociado a Ricart, sin ADN recuperable por degradación temporal. Son ecos forenses que no cambian el relato central, pero recuerdan que el expediente nunca dejó de moverse.
El sumario también cargó con sombras: críticas a errores de investigación, debate por la exposición mediática, y una sociedad aprendiendo —a golpes— a tratar con rigor la información criminal. El caso Alcàsser fue antesala de la televisión en directo como escenario judicial y del escrutinio público como juez paralelo.
Para las familias, el tiempo no curó nada: a la ausencia de sus hijas se sumó el daño de la especulación. El único condenado cumplió su pena legalmente revisada y el principal señalado continúa prófugo. La herida es doble: la del crimen y la de una justicia que, por definición, se siente incompleta mientras falte uno.
Con los años, documentales, podcasts y reportajes han reconstruido la cronología y la fuga, y han devuelto contexto frente al ruido. Pero ninguna obra resuelve la pregunta que atraviesa el caso: ¿cómo se fractura en minutos la normalidad de tres vidas camino de una fiesta? A veces, la respuesta es que el mal no necesita grandes conspiraciones; le basta una oportunidad.
Alcàsser dejó un aprendizaje duro: mejorar protocolos, preservar pruebas, proteger a las familias del circo mediático y blindar la búsqueda del fugitivo hasta agotar la última fecha de prescripción (hoy situada en 2029 para su responsabilidad penal, según reseñas informativas). Miriam, Toñi y Desirée siguen siendo memoria viva; su eco todavía recorre los naranjales cuando cae la noche.
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