Elías Carrera Colmenero: el taxista de Ourense que se desvaneció entre Ourense y Vigo


El 17 de julio de 2013, Elías Carrera Colmenero, 61 años, taxista con más de dos décadas al volante en Ourense, comió en casa con sus hijas mientras su esposa estaba fuera por motivos familiares. Estaban en días de preparativos para una boda; nada hacía presagiar una ruptura de rutina. A media tarde salió “para un encargo” y ya no volvió. Desde entonces, su nombre es sinónimo de una ausencia que Ourense todavía no comprende. 

La cronología aceptada sitúa su última actividad confirmada esa misma tarde en Ourense-Empalme: alquiló un coche con devolución en Vigo. El movimiento encaja con lo que contaron compañeros del sector: lo vieron en la oficina de rent-a-car y, horas después, en la ciudad olívica. Fue la última estampa reconocible de un hombre de costumbres fijas, que de pronto cambió de vehículo… y se desvaneció. 

Hay un dato que siempre inquietó a la familia y a los investigadores: en casa quedaron su documentación ordinaria y el teléfono; únicamente llevaba la tarjeta sanitaria, que jamás volvió a usarse. Es un detalle que, en desapariciones voluntarias, suele jugar en contra de esa hipótesis. El taxi permaneció en Ourense y no afloró ningún consumo bancario posterior. 


A partir de ahí, la pista es una línea discontinua. La versión más repetida sostiene que devolvió el coche en la estación de Vigo hacia las 19:00, y que nadie volvió a verlo. No hay billetes a su nombre, ni registro fiable de tren, ni constancia de un cruce a Portugal. La Policía Nacional tomó la denuncia en la madrugada del 18 y abrió diligencias que, con el paso de los años, no lograron convertir indicios en certezas. 

Elena—su mujer—y sus hijas siempre remarcaron dos cosas: que los meses previos estaba “bajo de ánimos”, y que aun así no les cuadraba una marcha voluntaria sin aviso, dejando todo en orden y en plena cuenta atrás familiar. Ese matiz anímico quedó recogido en varias piezas de prensa, pero nunca derivó en una explicación concluyente. 

Con el tiempo, el expediente pasó de “desaparición en Ourense” a “desaparición en Vigo”, por ser ese el último punto cierto. SOS Desaparecidos mantiene su ficha activa con fecha 18 de julio de 2013 y lugar “Vigo”, un ajuste técnico habitual cuando la última localización acreditada no coincide con el domicilio. El retrato: 1,75 m, complexión normal, pelo castaño, ojos marrones. Hoy tendría 73 años. 


Los aniversarios devolvieron su historia a las portadas gallegas: “once años sin Elías”, “doce años sin rastro”, titulares que repasan una y otra vez el mismo puñado de hechos duros como piedra. Las redacciones recuerdan el alquiler del coche, la devolución en Vigo, el silencio posterior y el vacío de señales forenses o administrativas que permitan cerrar hipótesis. 

En paralelo, la familia no dejó de moverse: cartelería, entrevistas, llamamientos en fechas clave y en el Día de las Personas Desaparecidas. Cada gesto vuelve a encender el mapa de una búsqueda que ya no es solo policial: es social y emocional, sostenida por quienes se niegan a que un adulto pueda “diluirse” entre dos estaciones. “Seguimos en la lucha de encontrar a mi padre”, repitieron en 2022. 

El caso, a día de hoy, sigue formalmente abierto y sin indicios de criminalidad probada ni evidencias de una desaparición voluntaria definitiva. Es el territorio incómodo de lo irresuelto: Ourense lo despidió trabajando; Vigo lo registró devolviendo un coche; después, nada. En esa franja, la estadística sugiere escenarios, pero la causa solo admite pruebas, y no las hay. 


Por eso, el nombre de Elías regresa cada verano como un recordatorio: alguien puede apagarse de la vida cotidiana sin dejar detrás otra cosa que preguntas. Salió con un encargo, cambió de vehículo, devolvió las llaves… y la ruta lo perdió. Quien sepa algo —por pequeño que parezca— todavía puede convertir esta línea discontinua en un trazado con regreso. 

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