Era la madrugada del 14 de marzo de 2015 en la Zona Hermética de Sabadell. Caroline tenía 14 años, había salido con un grupo de amigos a la discoteca Bora Bora y, cuando una patrulla de los Mossos d’Esquadra apareció para identificar a menores, todos echaron a correr. En ese sprint de segundos, la normalidad se rompió para siempre.
Caroline gritó el nombre de un chico del grupo —“Justin”— y se separó entre calles y solares. Sus amigos reaparecieron más tarde; ella no. Desde ese instante, su rastro quedó atrapado en un vacío imposible de explicar.
No era una desconocida para los suyos ni una “fuga” anunciada. Vivía tutelada, salía algunos fines de semana con un grupo de adolescentes que frecuentaban esa zona, y aquella noche hubo discusiones, pequeños hurtos y un elemento inquietante: un coche rojo con matrícula francesa rondando a las chicas. Luego, silencio.
Las primeras batidas peinaron descampados, vías del tren y la estación de Sabadell. Con el tiempo llegó un dato frío y demoledor: el rastro telefónico situaba el móvil de Caroline moviéndose en coche justo después de la estampida, como si hubiera subido a un vehículo y desaparecido sobre ruedas. Nada más volvió a encenderse.
La investigación se reabrió en 2018 tras nuevas declaraciones televisivas, pero los testigos colaboraron poco, muchos eran menores y se escabullían. Los Mossos revisaron cámaras, repetidores y reconstruyeron la huida; no emergió una prueba que encajara el puzle.
Para la policía, “Justin” —un chico del grupo, ojos claros— fue siempre el principal sospechoso: desapareció del radar esas dos horas críticas y reapareció lleno de barro; aun así, su versión cuadraba con los datos de telefonía y no bastó para acusarlo. Un sospechoso sin cargo, un caso sin cierre.
La madre de Caroline jamás aceptó la hipótesis de la fuga. Levantó pancartas, encabezó marchas y repitió ante cada micrófono lo que el expediente no respondía: “A mi hija se la llevaron”. Con los años, las búsquedas se reactualizaron alrededor de la Zona Hermética y del coche rojo con matrícula francesa que varios situaron esa madrugada. Nada.
Y queda lo que no encaja: una zona tan transitada, cámaras por doquier, un grupo de adolescentes corriendo, y ninguna imagen que confirme a Caroline subiendo a ese coche. Ni una señal de vida en su móvil después. Un agujero negro en mitad de una ciudad despierta.
Hoy, el caso sigue abierto. Sin juicio, sin restos, sin una verdad que alivie. Cada aniversario, la misma súplica de su familia atraviesa Sabadell: “¿Dónde está Caroline?”. Y cada gestión añade una capa de polvo a un expediente que aún arde por dentro.
Porque lo más aterrador no es solo que una niña de 14 años se esfume delante de todos… sino que, con el tiempo, las calles vuelvan a su ruido y la noche de su desaparición siga susurrando que alguien sabe qué pasó… y todavía calla.
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