Olivia y Anna: el mar no olvida



Era 27 de abril de 2021 en Tenerife. Anna tenía un año; Olivia, seis. Su madre, Beatriz Zimmermann, las despidió para un rato con su padre, Tomás Gimeno: un intercambio más en la rutina de una familia rota. Esa tarde empezó la pesadilla. 

Las horas pasaron y Tomás no devolvió a las niñas. Cuando Beatriz insistió por teléfono, él respondió con una frase que heló la sangre: “no las volverás a ver”. Desde ese momento, la Guardia Civil consideró la desaparición de alto riesgo. Las cámaras del puerto captaron a Tomás cargando bolsas de deporte en su embarcación atracada en la Marina de Tenerife. 

Al amanecer, su lancha apareció a la deriva frente al Puertito de Güímar. Flotaba también una silla infantil; más tarde, los agentes confirmarían restos de sangre en la embarcación. La isla entera se movilizó: batidas en tierra, rastreos en mar y registros en la casa y finca del padre. 


A las semanas, el juzgado emitió orden internacional de búsqueda. Para el rastreo en profundidad se sumó el buque oceanográfico Ángeles Alvariño, equipado con sónar y el robot ROV capaz de operar a 2.000 metros: la búsqueda se adentró en el talud submarino frente a Tenerife. 

El 10 de junio, a unos 1.000 metros de profundidad, los técnicos localizaron dos bolsas deportivas amarradas al ancla del barco de Tomás. Una estaba rasgada y vacía; en la otra se halló el cuerpo de Olivia. La constatación fue inmediata: el océano había guardado el secreto durante semanas. 

La autopsia preliminar habló de un edema agudo de pulmón, diagnóstico compatible con una muerte violenta. No había duda del plan ni del destino de la mayor. De Anna, en cambio, nunca apareció rastro: la segunda bolsa vacía seguía apuntando hacia una verdad que el mar no devolvió.


Poco antes, el Ángeles Alvariño había recuperado en la zona una botella de oxígeno y una funda nórdica: pertenecían a Tomás. Detalles que encajaban pieza a pieza en una preparación fría y minuciosa, pensada para hundirlo todo —niñas, pruebas y esperanza— a gran profundidad. 

La secuencia de aquella noche quedó trazada: salidas y entradas al puerto, llamadas, y una zarpada definitiva antes de que la lancha apareciera vacía horas después. Tomás Gimeno no fue hallado. Su ausencia, desde entonces, es otro vacío en el mismo mapa de sombras.

España entera lloró a las niñas. El caso se convirtió en símbolo atroz de violencia vicaria: dañar a los hijos para herir a la madre. Hubo vigilias, cartas, y un clamor que trascendió la isla: el de quienes pidieron nombrar lo innombrable y proteger a quienes no pueden defenderse. 


Quedaron preguntas que muerden: ¿qué ocurrió en las últimas horas a bordo? ¿Por qué elegir un plan tan cruel y calculado? ¿Y dónde está Tomás Gimeno: se hundió con su secreto o camina, invisible, en algún lugar? Porque a veces lo más aterrador no es perder a dos niñas… sino saber que todo fue escrito, con frialdad, para dejar una herida eterna.

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