Cristian González Cueli: la deuda, el taller y el Porsche que lo borró del mapa

Gijón, 27 de diciembre de 2012. Cristian González Cueli, 32 años, nacido en Laviana, sale de casa con un objetivo sencillo y urgente: pasar por un taller del Alto de la Madera para reclamar una deuda que, según su entorno, rondaba los 50.000 euros. No avisa de viajes ni de planes largos. Es una gestión, luego vuelve. No volvió. 

En aquel taller lo ven por última vez. La cronología que reconstruye su familia y la policía coloca a Cristian subiendo a un coche de alta gama —un Porsche— junto a una o dos personas. Ni billetes, ni maleta, ni despedidas: solo un portón, un asiento de copiloto y un cerrojo que desde entonces no se ha vuelto a abrir. 

La hipótesis de “desaparición voluntaria” se cae pronto. Cristian tenía trabajo, arraigo en Asturias y compromisos cotidianos que no dejó atados. El teléfono no volvió a encenderse, las cuentas no se movieron, las citas del día siguiente quedaron desiertas. La familia denuncia la ausencia esa misma semana y el caso entra en la categoría de alto riesgo por el contexto de la última cita. 

La deuda que fue a cobrar queda documentada en actuaciones: el entorno presenta justificantes y la policía verifica que Cristian reclamaba una cantidad importante al negocio que visitó ese día. Con ese punto de partida, la investigación mira al círculo del taller y a quienes compartieron con él los últimos minutos constatados. 

En los meses siguientes se suceden las diligencias: toma de declaraciones, análisis de cámaras en accesos al polígono, rastreos de itinerarios posibles para ese Porsche y peritajes sobre teléfonos vinculados. Se practican detenciones de personas del entorno del taller, pero quedan en libertad al no amarrarse pruebas materiales que resistan un juicio. Sin cuerpo, sin arma, sin escena, el sumario avanza a golpes de indicio. 

La búsqueda sale de Gijón y se extiende por carreteras comarcales, zonas boscosas y puntos de difícil acceso en el oriente asturiano. Equipos con canes, georradar en enclaves seleccionados y batidas ciudadanas tratan de fijar un rastro que siempre se disuelve a pocos metros del taller y de ese coche de alta gama. La montaña, el río y la costa devoran horas sin devolver una señal inequívoca. 

Mientras el procedimiento penal acumula tomos, la familia convierte la espera en trabajo: cartelería, redes sociales, entrevistas y la ficha en plataformas de personas desaparecidas mantienen el caso vivo en la memoria pública. Cada aniversario vuelve a preguntar lo mismo con una foto de mirada directa: “¿Dónde está Cristian?”. 


El expediente, a día de hoy, conserva sus tres nudos: la deuda acreditada como móvil económico posible; el punto cero en el Alto de la Madera; y el vehículo en el que se aleja del taller. Entre esos vértices se han movido todas las hipótesis: desde un hecho violento ligado a la reclamación hasta un traslado forzado para ocultar pruebas. Ninguna ha podido cerrarse con evidencia física. 

Lo que no hay también pesa: no hay actividad bancaria posterior, ni uso documentado de identidad, ni testimonio robusto que lo ubique vivo tras esa tarde. Tampoco hay confesión, ni restos, ni arma. Es la clase de caso donde la justicia avanza a oscuras y la verdad depende de que alguien rompa un pacto de silencio —o de que un hallazgo fortuito rompa el tablero. 

Cristian tenía 32 años. Fue a cobrar lo que era suyo y desde entonces su nombre quedó colgado del mismo clavo: el de una puerta de taller que se cerró detrás de él. Si estuviste en el Alto de la Madera aquel 27 de diciembre, si viste un Porsche con pasajeros inusuales o escuchaste después una confidencia que encaje, tu memoria puede ser la pieza que falta. Porque los casos que parecen no tener salida, a veces, se resuelven con un dato pequeño dicho en voz alta. 

Publicar un comentario

0 Comentarios