La cronología oficial arranca en el aeropuerto palmero: cámaras interiores confirman su presencia tras el control; la maleta quedó girando en la cinta, sin recoger; en el hotel no llegó a presentarse. Afuera, justo ese día, las cámaras exteriores no funcionaban. Es la clase de grieta que convierte una terminal en laberinto.
El teléfono de Natalia dejó de emitir señal antes incluso de aterrizar. Un taxista en Tenerife declaró que ella intentó reiniciar el móvil y no logró desbloquearlo. Desde entonces, silencio digital total: ni antenas, ni movimientos en cuentas, ni mensajes. La desaparición tecnológica precedió a la física.
Su proyecto laboral estaba trazado: llegar a La Palma, enlazar en guagua hacia Santa Cruz y, desde allí, bajar a Fuencaliente. La empresa de animación había comprado el billete; ella venía de vivir a salto de islas y países —Nepal, Inglaterra, Tenerife— e ilusionarse con un comienzo. El comienzo se quedó en la pista.
Las primeras batidas se concentraron en Villa de Mazo y el entorno del aeropuerto, con voluntariado local y difusión de su ficha: 1,68 m, 50 kg, pelo rubio liso, ojos azules, tatuaje desde el hombro derecho a mitad de espalda, piercing en la nariz, vestía pantalón y abrigo oscuro y zapatillas rosas. No hubo hallazgos, sí confusiones con avistamientos que se desmintieron después.
La alerta pública de SOS Desaparecidos circuló el 21 de noviembre de 2022, 28 días después. La denuncia formal, según el entorno, se registró con 17 días de retraso; un tiempo que siempre pesa en casos así: testigos que olvidan, cámaras que sobrescriben, escenarios que cambian.
A comienzos de 2023, la Guardia Civil explicó a la prensa que trabajaba con la hipótesis de desaparición voluntaria. La familia y su red de apoyo no comulgaron con ese encaje: “no se va sin avisar”, “no estaba para decidir en libertad”, insistieron. Entre comunicaciones cruzadas, un abogado que colaboró de forma altruista acabó renunciando y el Juzgado archivó provisionalmente por falta de indicios. El caso, de facto, quedó suspendido.
Con el paso de los meses surgió una propuesta concreta: inspeccionar el aparcamiento subterráneo bajo las pistas del aeropuerto —tres plantas de acceso restringido que, según abogacía y criminología de parte, jamás se rastrearon de forma integral. Piden reabrir, entrar ahí, tachar ese “terreno inexplorado” de la lista.
Más allá de hipótesis —accidente en instalaciones, encuentro con un tercero, vulnerabilidad psicológica—, los hechos duros apenas caben en una línea: aterrizó, fue vista por cámaras interiores, no recogió su maleta, su móvil ya estaba apagado, y desde ese punto la isla dejó de responder. Nada más sólido que esa secuencia mínima.
En La Palma, el eco de su nombre no se ha ido: reaperturas solicitadas, carteles que vuelven, teléfonos de contacto activos. Si viste a Natalia Hernández Martínez el 24 de octubre de 2022 o puedes aportar un detalle —un trayecto, una hora, una frase—, SOS Desaparecidos canaliza la información y pide llamar a sus líneas o al 112. A veces el dato decisivo no es espectacular: es el que permite cerrar el círculo entre una cinta girando y una puerta que nadie vio abrirse.
0 Comentarios