Desaparición de José Cañete en Sabadell (2022): el último paseo de un hombre con alzhéimer y una búsqueda que llegó tarde


 

Era 4 de octubre de 2022 en Sabadell. Mañana clara, calles conocidas, la rutina que sostiene a quienes ya viven más de recuerdos que de planes. José Cañete, 74 años, salió a caminar como siempre: pasos aprendidos, esquinas familiares, un mapa dibujado por la costumbre más que por la memoria.

Quizá iba hacia el bar de cada día, quizá al centro cívico de Can Rull, esos puertos seguros en una ciudad que le quedaba grande cuando el alzhéimer se imponía. Entrar, saludar, sentarse un rato. Todo tan normal que nadie pensó que ese paseo sería su último rastro.

A mediodía, su hija notó el silencio que pesa distinto. Llamadas que no responden, puertas que se abren a ninguna parte. Denuncia en el acto, aviso de que José no llevaba móvil, de que estaba desorientado, de que necesitaba medicación. La vulnerabilidad no era un matiz: era la urgencia.



Sin embargo, la urgencia no se tradujo en velocidad. La investigación cayó en manos de los Mossos, pero el dispositivo de rescate con Bomberos y perros no arrancó hasta nueve días después. Nueve amaneceres sin un barrido coordinado, nueve noches en las que el tiempo fue enemigo.

El barrio hizo lo que pudo. Vecinos y amigos organizaron batidas a pulso, mientras desde el Ayuntamiento llegaban decisiones que desconcertaban: voluntarios frenados en seco, explicaciones frías, un “no los conozco, no sé buscar” que sonó a puerta cerrada cuando la ciudad necesitaba todas abiertas.

Alguien dijo haberlo visto entrar por la mañana en el bar La Pipa. Un vistazo, un gesto, una sombra que cruza el umbral. Diez minutos después, nada. Las cámaras no añadieron certezas. No hubo ruta grabada hacia polígonos, ni huellas hacia el monte. Solo una presencia que se deshilachó entre dos miradas.



José convivía desde hacía años con el alzhéimer. Caminaba por memoria muscular, por instinto de barrio. Pero aquella mañana iba sin teléfono, sin compañía, sin la red que a veces reemplaza a la memoria. Tenía 74 años y la fragilidad puesta como un abrigo demasiado fino.

El 17 de octubre se apagó la fase activa de la búsqueda. Sin hallazgos, sin objetos, sin un “aquí”. “Estamos en el punto cero”, dijeron los suyos, con la voz cansada de quien ya ha tocado todas las puertas. El expediente siguió vivo; las pistas, no.

Desde entonces, José habita carteles y fichas, ese limbo de SOS Desaparecidos donde los nombres no se olvidan pero tampoco regresan. Cada aniversario es una sirena suave que vuelve a sonar en Sabadell: fotos compartidas, ojos que miran dos veces en la misma esquina, una silla que nadie se atreve a mover.



Quedan preguntas que se clavan como alfileres: por qué nueve días para activar un rastreo completo, qué pasó entre la puerta del bar y la nada, qué cámaras no se miraron, qué patio no se tocó. Y, sobre todo, si alguien lo ayudó, si alguien lo retiene, si alguien sabe y calla.

Porque lo más aterrador no siempre es perderse de noche en un bosque. A veces es desvanecerse a plena luz, en una ciudad que conoces, mientras la burocracia aprende tu nombre demasiado tarde. Y entonces, el que no vuelve sigue caminando para siempre, invisible pero presente, por las calles que ya no recuerdan cómo traerlo de vuelta.

Publicar un comentario

0 Comentarios