Ed Gein: el vecino tímido de Plainfield que convirtió la soledad en un museo de horror (1957)


 El 16 de noviembre de 1957, la ferretería de Bernice Worden en Plainfield (Wisconsin) amaneció con la caja abierta y un reguero de sangre que llegaba hasta la puerta. En el libro de ventas, el último apunte era un galón de anticongelante para un cliente silencioso al que todos conocían: Ed Gein. Esa nota llevó a la policía hasta una granja sin luz ni agua corriente… y a un paisaje que parecía imposible en la vida real. 

A Gein lo tenían por vecino tímido y solitario. Vivía aislado desde la muerte de su madre, Augusta, a la que veneraba con fanatismo. Entre trastos, revistas de anatomía y recortes sobre exhumaciones, pasaba las noches “visitando” el cementerio local. Él lo llamaba consuelo; la criminología lo leería como obsesión: la madre como culto, el duelo convertido en proyecto. 

Cuando los agentes entraron en la granja, encontraron en un cobertizo el cuerpo decapitado y colgado boca abajo de Bernice, “abierto como un ciervo” tras un disparo con calibre .22. La escena, brutal pero metódica, dejaba claro que el horror no había empezado allí… ni terminaba con ella. 



La casa era un inventario de lo innombrable: máscaras hechas con piel humana, sillas tapizadas con cuero humano, cuencos de cráneo, lámparas de rostro, una “prenda” tipo corsé confeccionada con un torso desollado, leggings de piel, un cinturón de pezones, labios como tirador de persiana y cajas con restos etiquetados. No era una leyenda urbana: estaba en los partes policiales.

En los interrogatorios, Gein admitió que durante años profanó tumbas de mujeres que le recordaban a su madre y “fabricó” con sus restos objetos y vestimentas. Dijo que quería reconstruirla; un intento grotesco de traer de vuelta lo perdido. Los forenses distinguieron entre restos de cadáveres exhumados y los de al menos dos víctimas de homicidio

Además del asesinato de Worden, Gein confesó la muerte de Mary Hogan (desaparecida en 1954): en la casa hallaron su rostro en una bolsa de papel y su cráneo en una caja. Por costes, el Estado solo lo juzgó por Worden, pero la evidencia ligó su granja con nueve cadáveres saqueados de cementerios. 



El camino judicial fue tan anómalo como el caso. En 1957, Gein fue declarado incompetente y enviado al Central State Hospital. Una década después, médicos certificaron que podía ser juzgado. En noviembre de 1968, un juicio sin jurado lo declaró culpable del homicidio de Worden; acto seguido, en fase sobre su estado mental, el juez Gollmar lo consideró no culpable por demencia y ordenó su reclusión indefinida en hospital psiquiátrico. 

Gein pasó el resto de su vida institucionalizado. Murió el 26 de julio de 1984, a los 77 años, por insuficiencia respiratoria secundaria a cáncer. Está enterrado en el cementerio de Plainfield, junto a su madre y su hermano; su lápida fue robada en el año 2000 y jamás recuperada, por lo que su tumba permanece sin marcar

Su sombra cruzó la pantalla: Norman Bates (Psycho), Leatherface (The Texas Chain Saw Massacre) y Buffalo Bill (The Silence of the Lambs) heredaron rasgos de su expediente —el culto a la madre, la casa como santuario del trauma, la piel como segunda identidad—, aunque el cine exageró o mezcló elementos ajenos al caso. El apodo periodístico lo definió para siempre: “El Carnicero de Plainfield”



Plainfield aprendió a desconfiar del silencio después de Gein. El suyo no fue un “serial” al uso, sino un duelo enfermizo que se volvió proyecto doméstico: un intento de coser el vacío con hilo y piel. Decía que amaba a su madre. Pero en su casa, el amor se midió en costuras, y la soledad, en telas humanas colgando de una lámpara. 

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