EL CAMINO DE SONIA

Era la madrugada del 14 de agosto de 2003 en Coín, Málaga.
La música de la feria se apagaba poco a poco, las calles se vaciaban y los últimos pasos regresaban a casa entre risas cansadas y luces que titilaban. Sonia Carabantes, 17 años, caminaba los metros finales de un trayecto de siempre. Llevaba su bolso, el móvil y la prisa suave de quien solo quiere dormir antes del amanecer.

Pero esa noche, algo cambió.
Entre farolas y portales conocidos, la rutina se quebró. En algún punto de ese corto camino, alguien detuvo su paso. Al día siguiente, su madre encontró cerca de casa su bolso, su móvil… y un zapato con manchas. La alarma se convirtió en certeza.

La búsqueda fue inmediata.
Vecinos, Guardia Civil, helicópteros, perros rastreadores. Cada rincón del pueblo fue revisado. Coín dejó de dormir. Seis días después, el silencio se rompió: un cuerpo había sido hallado en Monda. Era ella. Sonia había aparecido… pero no viva.

La investigación dio un giro inesperado.
El ADN hallado en la escena coincidía con otro crimen ocurrido cuatro años antes: el de Rocío Wanninkhof, en Mijas. De pronto, ambos casos se unían bajo una misma sombra. Un nombre extranjero comenzó a repetirse entre los informes policiales: Tony Alexander King.

King, británico, con antecedentes por delitos sexuales, había vivido tranquilo en España, oculto a simple vista. Cuando fue detenido, el país entero comprendió la magnitud del horror. No era un ataque aislado. Era el mismo depredador. La misma brutalidad.

En noviembre de 2005, la Audiencia Provincial de Málaga dictó sentencia:
36 años de prisión para Tony King por el asesinato de Sonia. Secuestro, agresión sexual y homicidio. Una condena que intentaba poner justicia donde solo quedaba vacío. El Tribunal Supremo confirmaría después la pena.


Pero la historia no terminaba ahí.
El mismo hombre fue también condenado por la muerte de Rocío Wanninkhof, destrozando así la falsa acusación que años antes había caído sobre Dolores Vázquez, una mujer inocente. Aquella injusticia marcó un antes y un después en la memoria judicial de España.

Coín nunca volvió a ser el mismo.
Cada aniversario, las velas se encienden en la feria, en la esquina donde Sonia fue vista por última vez. El pueblo recuerda su sonrisa, su juventud, su último trayecto. Porque hay ausencias que se vuelven faro, advertencia, memoria colectiva.

Y la pregunta sigue flotando en el aire.
¿Cómo puede un camino cotidiano transformarse en la trampa perfecta?
¿En qué momento lo cotidiano se vuelve mortal sin que nadie escuche un grito?

Porque lo más aterrador no siempre es la oscuridad.
A veces es la calle de siempre, las luces de siempre, y el instante exacto en que el mal decide cruzarse contigo.


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