Estelle Mouzin: la niña de la bufanda roja que Francia no pudo encontrar

9 de enero de 2003, Guermantes, a las afueras de París. Estelle Mouzin, 9 años, vuelve del colegio por un camino corto y familiar. Casas conocidas, aceras tranquilas, una bufanda roja que corta el frío. Minutos después, el trayecto cotidiano se convierte en vacío: Estelle no llega a casa.

La alarma se enciende en cuestión de horas. Gendarmes, bomberos, voluntarios; batidas en bosques, márgenes de ríos y fosos. La niña de la sonrisa tímida aparece en marquesinas, comercios, telediarios. Francia entera repite su nombre… y aun así el suelo parece haberse abierto bajo sus pasos.

Durante años, el caso se pierde entre pistas falsas, confesiones inventadas y teorías que no cuajan. Hasta que un apellido devuelve el miedo: Michel Fourniret. “El Ogro de las Ardenas”; condenado por secuestros y asesinatos de jóvenes en Francia y Bélgica. Al revisar su pasado, una aguja en el reloj: su teléfono se activó cerca de Guermantes el mismo día y a la misma hora en que Estelle desapareció. Varios testigos hablaron de una furgoneta blanca. Las piezas, por fin, parecían buscarse.

Fourniret niega, miente, serpentea. Pero la coartada hace agua: aquel 9 de enero, una llamada que debía situarlo en casa… no la hizo él. Años después, su esposa, Monique Olivier, confiesa que fue obligada a descolgar el teléfono y hablar en su nombre para fabricar el “estaba aquí”. Mientras, él estaba fuera, cazando.

Los investigadores siguen el rastro hasta las Ardenas. En una vivienda de Ville-sur-Lumes, vinculada al entorno de Fourniret, aparece un indicio que hiela la sangre: microtrazas de ADN de Estelle en un somier/matelas intervenido años después. La hipótesis se vuelve nítida y brutal: secuestro en Guermantes, traslado al norte, agresión y asesinato, y después ocultación del cuerpo en algún punto del mosaico forestal de Issancourt-et-Rumel.

En 2020, ya enfermo, Fourniret reconoce ante la magistratura su implicación en la desaparición de Estelle. Es la admisión que faltaba, pero llega sin mapa ni coordenadas. En 2021 muere en prisión, llevándose detalles que podrían haber devuelto a una familia la posibilidad de enterrar a su hija con nombre y fecha.


Quien sí habla es Monique Olivier. Describe la coartada, los desplazamientos, la obediencia siniestra a un depredador que la usó como herramienta. En 2023, un jurado la declara culpable de complicidad en el secuestro y asesinato de Estelle (y en otros crímenes). Cadena perpetua. Justicia… incompleta.

Porque, a pesar de excavaciones, georradares y campañas de búsqueda, los restos de Estelle no han aparecido. Los bosques de las Ardenas siguen guardando una verdad que se resiste. Cada enero, Guermantes coloca flores blancas y velas; los niños que compartieron pupitre con ella ya son adultos y todavía recuerdan la bufanda roja cruzando la acera.

La historia de Estelle Mouzin es la de un monstruo que vivió entre nosotros sin máscara; la de una coartada tejida con una llamada; la de un país que no dejó de buscar. Y, sobre todo, la de una familia que aún espera una tumba sobre la que apoyar la frente.

¿Cómo puede alguien borrar a una niña en un tramo de minutos y metros, en pleno corazón de un pueblo? ¿Cuántas verdades se apagan cuando los culpables mueren sin contarlo todo? Porque a veces, lo más aterrador no es la oscuridad del bosque… sino el silencio que queda cuando por fin se apagan las sirenas.


Publicar un comentario

0 Comentarios