Era la noche del 4 de mayo de 2017 cuando un coche calcinado apareció en una pista forestal junto al pantano de Foix (Barcelona). Entre metal retorcido y cenizas, los bomberos encontraron un cuerpo irreconocible que iba a destapar una de las historias más oscuras de la crónica negra reciente.
La víctima era Pedro Rodríguez, agente de la Guardia Urbana de Barcelona. Un policía que conocía los riesgos de la calle, pero que no pudo prever que el peligro se escondía en el lugar más cercano: su propia vida íntima.
Las miradas no tardaron en girar hacia dentro del cuerpo policial. La investigación dibujó un triángulo: Pedro; su pareja, la agente Rosa Peral; y el también urbano Albert López, con quien ella mantenía una relación paralela. Detrás de la fachada del uniforme, celos, control y una pasión tóxica.
Según la acusación y el veredicto del jurado, Rosa y Albert mataron a Pedro en la casa que ella habitaba y, al día siguiente, trasladaron el cadáver en su propio coche hasta Foix para prenderle fuego y borrar pruebas. La escena del coche ardiendo fue el telón final de un crimen trazado a dos manos.
El caso se sostuvo, en parte, con forensia digital: reconstrucciones de mensajes, llamadas y geolocalizaciones que ayudaron a encajar tiempos y movimientos; incluso salieron a la luz chats entre Rosa y la víctima que las defensas intentaron usar para modular el relato de la relación. La tecnología terminó siendo una pieza clave del rompecabezas.
El 23 de marzo de 2020, un jurado popular los declaró culpables de asesinato. Semanas después llegó la sentencia: 25 años de prisión para Rosa Peral y 20 para Albert López, además de indemnizaciones a la familia de Pedro. El TSJ de Cataluña ratificó esas penas a finales de 2020.
En septiembre de 2021, el Tribunal Supremo confirmó definitivamente las condenas: asesinato con alevosía en el marco de un triángulo sentimental que terminó en fuego. La justicia cerraba así la vía ordinaria de recursos.
Aun así, la causa siguió dando giros. En 2024, Albert López admitió desde prisión su participación en el crimen, y en 2025 la defensa de Rosa pidió revisión de la sentencia. El Supremo la rechazó: la confesión no alteraba los hechos probados ni exculpaba a Peral. Punto final en lo jurídico, al menos por ahora.
La historia trascendió pantallas informativas y llegó a la ficción con El cuerpo en llamas (Netflix), reavivando el debate público y hasta un pleito de Peral contra la plataforma por el uso de su imagen y la de su hija. El caso se convirtió, otra vez, en espejo de cómo contamos —y consumimos— el horror.
Quedan, sin embargo, preguntas que la sentencia no apaga: ¿hasta qué punto planearon Rosa y Albert la muerte de Pedro? ¿Fue un crimen frío y calculado o una escalada de violencia en una relación podrida? ¿Cómo dos agentes de la ley cruzaron la línea y usaron el uniforme como disfraz para encubrir una traición mortal?
Porque lo más aterrador no siempre se oculta en las sombras: a veces viste el mismo uniforme en el que depositamos nuestra confianza. Y cuando el fuego se apaga, el eco que queda es el de tres vidas destrozadas y un país que aún intenta entender cómo se encendió la chispa.
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