Era la tarde del 1 de septiembre de 2013 en Cabanas (A Coruña). Elisa Abruñedo, 46 años, madre de dos hijos, salió a caminar por los caminos forestales de Lavandeira como tantas veces. Al día siguiente ya no era rutina: su cuerpo apareció cerca de una pista vecinal, y Galicia aprendió otro nombre imposible de olvidar.
La escena hablaba de un ataque por sorpresa: abordaje por la espalda, arrastre hasta un pinar próximo, agresión sexual y cuchilladas que terminaron con su vida. Un crimen rápido y cruel, sin testigos y con un rastro mínimo que la oscuridad del monte devoró en minutos.
Las primeras pesquisas rescataron un hilo finísimo: ADN masculino en el cuerpo de Elisa. Nada más. Sin coincidencias en bases, sin arma, sin huellas concluyentes. El expediente quedó suspendido en un tiempo denso, con una comunidad golpeada y dos hijos creciendo a la intemperie del duelo.
La ciencia siguió trabajando en silencio. Una década después, aquel hilo de semen, analizado con nuevas técnicas, señaló un perfil muy concreto y un rasgo fenotípico que cribó la búsqueda: un hombre pelirrojo. La genética —más terca que el olvido— empezó a dibujar una silueta.
En octubre de 2023, la Guardia Civil detuvo en su puesto de trabajo en Navantia-Ferrol a Roger Serafín Rodríguez. Según las diligencias, confesó tras su arresto. El caso, que parecía condenado a la penumbra, entró al fin en fase de instrucción con un nombre y un rostro al otro lado del cristal.
Junio de 2025: comienza el juicio con jurado en la Audiencia de A Coruña. Fiscalía pide 32 años (12 por agresión sexual, 20 por asesinato); las acusaciones particulares elevan la solicitud hasta 37. En la sala desfilan forenses, agentes, psicólogos y vecinos. La historia vuelve a pronunciarse en voz alta.
Los peritos reconstruyen lo indecible: el abordaje, el arrastre, la violación, las puñaladas, el abandono. Y aparece la frase del acusado, incapaz de explicar su propio acto: “Ese momento puntual no tiene nada que ver conmigo ni con los 39 años anteriores”. El eco de la sala no olvida.
El 20 de junio, el jurado declara por unanimidad a Roger Serafín culpable de agresión sexual y asesinato. Diez años de vacío procesal se condensan en un veredicto: ya no es una sombra sin nombre; es un autor con hechos probados.
La sentencia llega el 9 de julio de 2025: 28 años de prisión y responsabilidad civil para los hijos de Elisa —150.000 y 110.000 euros—. La resolución fija como probado que el acusado la vio caminar, metió el coche por un acceso vecinal, la sorprendió, la llevó al monte, la violó y la apuñaló con intención de matar.
Queda lo que siempre queda cuando la justicia llega tarde: una familia que aprendió a vivir sin madre, un pueblo que ya no camina igual al caer la tarde y una certeza amarga —a veces la ciencia es la única que no se rinde—. Porque lo más aterrador no es solo la violencia del ataque, sino los años de silencio que lo siguieron… hasta que una gota de ADN abrió, por fin, la puerta que el bosque había cerrado.
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