Elisa Claps: diecisiete años sobre las cabezas de los fieles

Domingo, 12 de septiembre de 1993, Potenza (Italia). Elisa Claps, 16 años, salió temprano de casa rumbo a misa en la iglesia de la Santissima Trinità. Blusa blanca, vaqueros, una cruz al cuello y un plan sencillo: reunirse después con amigos en el centro. Nunca volvió.

Varios testigos confirmaron que entró en el templo. La última conversación conocida fue con Danilo Restivo, un joven del entorno que llevaba tiempo mostrándole una atención inquietante. Él declaró que la vio un momento y que se marchó sin ella. Con esa versión, el caso se quedó suspendido en un vacío de minutos y de metros.

La investigación se centró en su círculo y en la propia iglesia, pero el registro del edificio fue superficial. No aparecieron huellas, ni objetos, ni señales de fuerza. La familia Claps empapeló la ciudad, presionó a las autoridades, pidió inspecciones a fondo del templo… y tropezó durante años con negativas, demoras y trámites que parecían cerrar puertas en lugar de abrirlas.


Mientras Potenza se acostumbraba a vivir con un nombre ausente, Danilo Restivo se mudó al Reino Unido. El 12 de noviembre de 2002, en Bournemouth, la vecina Heather Barnett apareció asesinada en su casa, con un elemento perturbador que recordaba a incidentes previos vinculados a Restivo: mechones de cabello cortado colocados de forma ritual. Años después, en 2011, fue condenado a cadena perpetua por ese crimen.

El eco del veredicto británico reavivó el caso italiano. Pero la respuesta no llegó de un juzgado, sino de la propia Santissima Trinità. En marzo de 2010, durante unas obras de restauración, unos operarios accedieron al ático del templo —un espacio de “sottotetto” nunca inspeccionado en profundidad— y hallaron restos humanos ocultos entre vigas y materiales.

Eran los de Elisa. Diecisiete años allí arriba, a pocos metros de los bancos desde los que la ciudad rezó por encontrarla. La conmoción fue nacional: ¿cómo pudo permanecer escondida en un lugar tan obvio y, a la vez, tan ignorado? ¿Cuántas veces se cerró esa puerta antes de abrirse por fin?


Los forenses confirmaron la identidad y situaron su muerte en 1993; el avanzado estado de momificación dificultó fijar una causa exacta, pero el conjunto de indicios, los testimonios y el patrón criminológico apuntaron de nuevo a Restivo. La coincidencia con el caso Barnett —control, emboscada, fetichismo del cabello, ocultación— dejó un rastro difícil de discutir.

Italia llevó a juicio a Danilo Restivo por el asesinato de Elisa. En 2012 fue condenado a 30 años de prisión; en 2014 el Tribunal de Casación confirmó la sentencia. Cumple pena en el Reino Unido por el crimen de Barnett, con la perspectiva de responder también por la condena italiana. La familia Claps pudo, al fin, enterrar a Elisa con su nombre completo y no con un expediente.

El hallazgo en la iglesia abrió además una grieta institucional. Se sucedieron críticas a la diócesis por las reticencias históricas a permitir inspecciones exhaustivas; el templo cerró largo tiempo y hubo gestos tardíos de reconocimiento del dolor causado por años de puertas entornadas. La ciudad, por su parte, convirtió la memoria de Elisa en acto público, en marchas y placas que dicen: aquí estuvo el silencio.

Hoy, Elisa Claps es más que un caso resuelto: es una lección durísima sobre la persistencia de una familia —y de un hermano, Gildo— frente a la inercia, y sobre cómo una verdad enorme puede permanecer escondida en lo alto de un lugar donde todos miran hacia arriba. Diecisiete años de polvo y madera sosteniendo un secreto que siempre estuvo allí.

Porque a veces lo más aterrador no es el monstruo que se esconde, sino el umbral que no se cruza. ¿Cuántas verdades siguen esperando detrás de una puerta que nunca se abrió del todo? ¿Y cuántos templos —no solo de piedra— guardan, aún hoy, un silencio que ya no debería soportarse?

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