Eva es la hija, la amiga, la alumna aplicada: risas fáciles, buenas notas, planes de fin de curso. Se va con un “hasta mañana” que su familia jamás escuchará. Cuando no regresa, el reloj se convierte en enemigo. Llamadas, farolas, portales: nadie la ha visto volver.
Al amanecer, un agricultor la encuentra en el paraje de Los Almorchones, junto a un camino rural. La escena helaría a cualquier pueblo: agresión sexual y 19 puñaladas. El crimen de Eva Blanco rompe para siempre la inocencia de Algete y abre una investigación sin mapa.
La Guardia Civil trabaja el terreno y el entorno. Hay esperanzas: el agresor dejó semen; hay ADN. Pero es 1997 y las bases genéticas son pequeñas, fragmentarias. Se cotejan perfiles, se multiplican las líneas, se saturan los buzones de pistas. Nada encaja. El caso Eva Blanco entra en la larga noche de los sumarios sin nombre.
Años después, la ciencia crece y el expediente respira. En 2015, la comparación con nuevas bases de ADN aporta lo que faltaba: un vínculo familiar. Un perfil masculino relacionado con una muestra recogida en Francia en otro asunto abre una puerta cerrada desde hace 18 años. La genética pone apellido al vacío.
El nombre aterriza con pasaporte francés y pasado algeteño: Ahmed Chelh Gerj, de origen marroquí, residente en Melun y vecino de Algete en 1997. Había coincidido de vista con Eva. Es detenido en Francia y, tras los trámites, extraditado a España. La noticia sacude titulares: por fin hay un presunto autor para el asesinato de Eva Blanco.
El proceso se prepara: diligencias, traslados, declaraciones pendientes. Pero el destino empuja en contra. Antes de sentarse ante un jurado, Ahmed muere en prisión. No hay juicio, no hay confesión, no hay cruce de preguntas. El caso se archiva por fallecimiento del investigado: se señaló al culpable, pero la verdad judicial nunca se pronunció en sala.
Para la familia, el cierre es incompleto. Dieciocho años de espera y un nombre sin relato. En Algete, el lugar del hallazgo acumula flores cada aniversario. Eva Blanco ya no es solo una víctima: es memoria de resistencia, de familiares que no aceptaron el olvido, de agentes que siguieron un hilo microscópico hasta encontrarlo.
El legado del caso trasciende el duelo: consolidó la utilidad del ADN y de la genealogía forense en crímenes antiguos, impulsó la cooperación internacional (España–Francia) y recordó que un rastro biológico bien custodiado puede sobrevivir al tiempo mejor que cualquier coartada. La ciencia llegó tarde para un juicio, pero no para poner nombre.
¿Cómo se repara una ausencia cuando la única voz que podría contar lo ocurrido ya no existe? ¿Cuánta justicia hay en saber quién fue… si nunca sabremos por qué? Eva Blanco tenía 17 años y solo quería volver a casa. Que su nombre siga escrito en Algete es la promesa de que, incluso sin sentencia, no habrá olvido.
1 Comentarios
El se suicido en la cárcel , no le aplicaron las medidas
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