Era la noche templada del 9 de mayo de 2017 en Hornachos, Badajoz. Francisca “Paqui” Cadenas, 59 años, charlaba a la puerta de casa y acompañó unos pasos a un conocido. Eran apenas unos metros, una esquina más, y luego volver. No volvió. Desde ese instante, su rastro se apagó como si la calle la hubiera tragado.
El pueblo reaccionó en horas: batidas vecinales, Guardia Civil, helicópteros, drones, perros, todo un mapa de búsqueda que se estiró por caminos, arroyos y olivares. La imagen de Paqui se multiplicó en farolas y perfiles; los días se hicieron idénticos: recorrer, llamar, esperar… sin una pista firme que los llevara de regreso a casa.
La geografía del caso es mínima y, por eso, insoportable: un pasaje entre la calle Nueva y la de Hernán Cortés, a unos 50 metros de su portal. Sin testigos, sin forcejeo, sin imágenes concluyentes. Un tramo cotidiano convertido en frontera.
Las hipótesis fáciles cayeron pronto: no había pozos abiertos ni desniveles que explicaran un accidente; tampoco encajaba la marcha voluntaria en una vida con rutina, familia y planes. Lo único estable era lo insoportable: una ausencia sin explicación en un lugar donde todos se conocen.
La instrucción pasó al juzgado de Villafranca de los Barros y, en 2018, se impuso secreto de sumario. Se rastrearon viviendas próximas, horarios y vehículos; se tomaron declaraciones y se cruzaron llamadas. Las piezas, sin embargo, no cerraban el puzle: demasiados huecos para un trayecto tan breve.
Ocho años después, la investigación se reactivó desde arriba: la UCO tomó las riendas y reconstruyó, paso a paso, la noche en que todo se detuvo. Cintas métricas sobre el asfalto, mediciones de tiempo y alcance, una coreografía forense que volvió a recorrer ese puñado de metros en busca de un error, de un detalle que el primer día se escapó.
Entre tanto, llegaron pistas y también ruido: cartas anónimas analizadas por la Guardia Civil, llamadas, supuestos avistamientos que no resistieron el contraste. La familia pidió una y otra vez lo elemental: que el caso no se enfríe, que la reconstrucción continúe, que la verdad —siempre tan cerca— deje de escurrirse entre los dedos.
Hornachos no ha querido olvidar. Hubo actos públicos, vigilias y una calle con su nombre, para que cada vuelta de la esquina repita lo que nadie debe normalizar: hay ausencias que son una herida abierta en mitad del pueblo. La memoria, aquí, es también una forma de investigación.
Y sigue el enigma que muerde por dentro: ¿cómo desaparece alguien a escasos 50 metros de su puerta, bajo luz de calle y a una hora en la que aún hay voces? ¿Qué minuto, qué cruce, qué puerta explican un silencio así? A veces, lo más oscuro no es la noche, sino el hueco ciego en el que la realidad deja de dar testimonio.
Porque esta historia no habla solo de una mujer a la que el pueblo busca desde 2017. Habla de un tramo mínimo que se volvió abismo, de un expediente que se rehace, de una verdad que —todavía— falta por pronunciar. Y de una pregunta que regresa cada aniversario: ¿quién sabe algo y aún no lo ha dicho?
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