Reino Unido, 1885. En la mansión de Babbacombe Bay, en Devon, la viuda Emma Keyse fue hallada muerta, apuñalada y con signos de incendio a su alrededor. Las sospechas recayeron en John Henry George Lee, un joven sirviente de 20 años con antecedentes menores. La justicia victoriana no dudó: fue declarado culpable y condenado a morir en la horca.
El 23 de febrero de 1885, en la prisión de Exeter, todo estaba preparado para la ejecución. La cuerda fue colocada alrededor del cuello de John Lee, el verdugo accionó la palanca y… nada ocurrió. El suelo del cadalso permaneció cerrado.
Los funcionarios, sorprendidos, revisaron el mecanismo. Pensaron en un fallo puntual. Lo intentaron de nuevo. Por segunda vez, la trampilla se negó a abrirse. El murmullo entre los presentes crecía: aquello no era normal.
El verdugo James Berry, nervioso y sudoroso, accionó la palanca una tercera vez. Y otra vez, el suelo permaneció firme, negándose a ceder. Tres intentos. Tres fracasos. El condenado seguía vivo.
El gobernador de la prisión suspendió la ejecución de inmediato. Algunos funcionarios hablaron de un error mecánico, otros susurraban que aquello era obra de Dios. La prensa se hizo eco con rapidez y bautizó a Lee como “el hombre que no pudo ser ahorcado”.
El impacto en la sociedad fue enorme. Para unos, se trataba de una señal divina que lo exoneraba. Para otros, un escándalo judicial que cuestionaba la fiabilidad de los sistemas de ejecución. Ante la presión pública, el gobierno británico conmutó la pena: cadena perpetua en lugar de muerte.
John Lee pasó más de veinte años en prisión. En 1907 fue liberado. Desde entonces, su vida estuvo rodeada de sombras: algunas fuentes aseguran que emigró a Estados Unidos y murió en 1945; otras lo sitúan de regreso en Inglaterra, siempre marcado por su apodo inmortal.
Los ingenieros que revisaron el cadalso hablaron de bisagras mal ajustadas y maderas combadas por la humedad. El verdugo, James Berry, defendió que fue un fallo técnico. Pero tres intentos fallidos seguían siendo difíciles de explicar.
Lo cierto es que aquel día nació una leyenda. John Lee se convirtió en símbolo de misterio, superstición y destino. Su historia fue narrada en periódicos, libros e incluso obras de teatro, siempre bajo el mismo título: “el hombre que escapó de la horca”.
Y aún hoy, casi siglo y medio después, las preguntas permanecen: ¿fue un error técnico imposible de repetir? ¿Una coincidencia que salvó a un condenado? ¿O realmente una intervención que muchos interpretaron como divina? Porque lo más aterrador no fue que escapara de la muerte… sino que todos creyeran que no fue obra humana, sino un mensaje desde lo alto.
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