La noche de San Juan de 2019 en Sagunto (Valencia) ardía de hogueras y promesas. Loli Paul Sesé, 57 años, caminaba hacia la playa con su pareja empujando un carro con maderas. Fue la última vez que se la vio. Desde entonces, su nombre se convirtió en una ausencia que dolía a gritos.
Pasaron meses, años. Su familia pegó carteles, alzó pancartas y sostuvo la esperanza con las manos en carne viva. No había rastro, ni llamadas, ni un objeto que contara dónde se partió su historia. Sagunto seguía viviendo; las hijas de Loli, también, a medias.
El giro llegó cuatro años después: el 30 de mayo de 2023, en plena demolición del viejo pantalán del Puerto de Sagunto, un operario halló un fémur entre cascotes. El ADN habló donde nadie más podía: pertenecía a Loli. El hallazgo no trajo paz; abrió un abismo de preguntas.
Lo más desolador es lo que vino después: nadie ordenó parar la obra para buscar más restos. La Autoridad Portuaria, además, tardó dos días en avisar a la Policía del hallazgo. El encargado retiró el hueso —dijo— para que no lo pisaran, y lo atribuyó a un filtrado de maquinaria. La obra siguió; bajo el nuevo asfalto quizá quedó enterrada la verdad.
La investigación de Homicidios señaló indicios y hoy hay tres hombres investigados: entre ellos, la pareja de Loli, con antecedentes de violencia machista y una orden de alejamiento vigente en aquellas fechas. Nadie ha sido juzgado; el proceso sigue abierto, pero el foco está ahí, en el círculo más cercano.
Las hijas de Loli no entienden que, hallado un resto humano, no se levantara el suelo. Saben que la parte baja del pantalán fue durante años vertedero para unos y picadero para otros, un lugar con coches entrando hasta la sombra. Siguen pidiendo que se busque bajo el cemento, donde temen que su madre repose sin duelo.
En sede judicial declaró el técnico de prevención de la obra: pudo acotar el punto donde apareció el fémur, pero no establecer su trazabilidad —de dónde llegó, cómo, cuándo—. La cadena de custodia del escenario y la continuidad de los trabajos añaden hollín a una escena ya ennegrecida.
Este caso no es solo un crimen presuntamente machista; es también un espejo sucio donde se reflejan protocolos que fallan: una obra que no se detiene, un aviso tardío, un rastro que se cubre de hormigón antes de que la ciencia alcance a mirar. ¿Cuánto pesa una vida cuando compite con un calendario de obra?
Sagunto aprendió a pronunciar “Loli” como se pronuncian los nombres que faltan. No hay cuerpo completo, no hay despedida, no hay certeza que cierre el círculo. Solo la intuición de que, quizá, la respuesta duerme a pocos metros del mar, bajo capas de asfalto nuevo.
Las preguntas son las mismas desde 2019, solo que ahora arden más: ¿quién decidió seguir adelante tras encontrar un hueso humano?, ¿se podrá levantar el pantalán para buscar el resto de Loli?, ¿cuánto vale la verdad cuando el tiempo y el cemento se alían para taparla? Porque lo más aterrador no es solo matar; es enterrar a una mujer y, con ella, el derecho de su familia a saber.
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