El viaje estaba trazado: salida desde Totana (Murcia) la noche anterior y destino Bilbao para descargar el ácido en una factoría. Para el niño era una aventura: llevaba su Walkman, bocadillos y un cuaderno. Las primeras actuaciones (extinción y neutralización del ácido con sosa) se prolongaron horas; después, se rastreó el amasijo de chapa. En la cabina estaban los dos adultos; no había rastro del menor: ni prenda, ni tejido, ni resto óseo, ni su radiocasete. Ese vacío, en un escenario tan acotado, alimentó el enigma desde el primer día.
La hipótesis química —“el ácido lo disolvió”— se desinfló rápido. El producto viajaba encerrado en compartimentos de acero inoxidable; la cabina quedó fuera del baño ácido hasta la rotura total del tanque, y aun así los cuerpos de los padres no fueron desintegrados. Los peritos señalaron que el ácido puede carbonizar tejidos expuestos, pero no “evaporar” por completo un cuerpo en ese contexto, y menos solo el del niño. La ciencia no explicaba la ausencia.
La cronología mecánica añadió más preguntas. El tacógrafo del camión reflejó una docena de detenciones muy breves durante la subida y coronación del puerto, paradas anómalas en un transporte peligroso con horario. ¿Averías? ¿Entregas? ¿Intervenciones ajenas? La última traza muestra aceleraciones bruscas justo antes del siniestro, como si el conductor tratara de ganar velocidad o huir. No se acreditó un fallo de frenos concluyente; sí una conducción irregular incompatible con la prudencia debida.
La línea del “rescate/rapto” surgió de testigos que situaron una furgoneta blanca deteniéndose junto al camión minutos tras el choque. Hablaron de una pareja extranjera (él rubio, ella pelirroja) que habría hurgado en la cabina y sacado “algo” antes de que el cordón de seguridad aislara la zona. Nunca fueron identificados ni localizados. ¿Samaritanos que se asustaron? ¿Encubridores que sabían lo que buscaban? La escena, caótica, nunca quedó anclada con una prueba material.
La pista criminal más repetida se ancla en los 80: tráfico ilícito escondido en la cisterna. Se barajó que, además del ácido, se moviera heroína en compartimentos o falsos fondos; las paradas del tacógrafo encajarían con “entregas”. Si algo salió mal en una de ellas, el niño habría visto demasiado y alguien lo habría sacado de la escena tras el impacto. No hubo incautación ni confirmación pericial de doble fondo; sin embargo, la ausencia de Juan Pedro y el patrón de paradas sostuvieron la teoría en el imaginario y en informes oficiosos.
La búsqueda operativa fue masiva: Guardia Civil, bomberos, GEAS, helicópteros, perros, inspección de hospitales y tanatorios dentro y fuera de España, aviso a Interpol y controles en fronteras y pasos pirenaicos. Se rebuscaron cunetas, torrenteras y colmenas cercanas por si el menor hubiera sido proyectado (lo que la física del choque hacía muy improbable). Hubo vaciados puntuales de material entre restos del camión y catas en el terreno. Resultado: cero indicios del niño.
Con los años, el caso acumuló ecos y pistas muertas: llamadas anónimas (“sé dónde está el niño del camión”), aparentes avistamientos en Francia y Países Bajos, y reconstrucciones periodísticas que reabrían la herida cada aniversario. La familia, desde Totana, sostuvo siempre que Juan Pedro no pudo desintegrarse y que alguien se lo llevó. No hay resolución judicial ni certidumbre forense que clausure el expediente.
Casi cuatro décadas después, Somosierra sigue siendo sinónimo de un misterio perfecto: escenario acotado, tiempo breve, alta temperatura y producto corrosivo que confunden evidencias; testigos difusos; un registro mecánico (tacógrafo) que sugiere “algo más” pero no lo prueba, y ausencia total de vestigios del menor. Los especialistas hablan de “caso negativo”: donde la clave es lo que no aparece.
¿Qué pasó con Juan Pedro? Tres marcos resisten: (1) desaparición por intervención humana (rescate/rapto con móvil criminal o encubridor), (2) ocultación previa al accidente (el niño ya no iba en la cabina cuando se estrella el camión), (3) explicación físico-química extrema (destrucción parcial y arrastre sin recuperación). Ninguno cierra los huecos de todos los datos. Por eso, el “niño de Somosierra” sigue siendo la gran pregunta sin respuesta de la crónica negra española: el camión ardió, los padres murieron… y el niño se lo tragó el aire.
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