La abuela en el banco: el desahucio de María Díaz Urosa en Pozuelo

Tenía 99 años y un dúplex que había sido su mundo durante décadas. En diciembre de 2018, María Díaz Urosa vio entrar a la comisión judicial en su casa de Pozuelo de Alarcón (Madrid). Entregó las llaves, salió a la calle y se sentó en un banco frente a la puerta que ya no podía cruzar. Tiritaba; decía que no tenía “ni para comprar el pan”. Los sanitarios terminaron trasladándola al hospital por hipotermia. Esa imagen —una mujer de casi un siglo, encogida en la acera— convirtió su caso en símbolo de desamparo en la vejez. 

María señalaba a un responsable: su nieto, identificado en prensa como Miguel C. G. Sostenía que él había vendido el piso sin su consentimiento y se había apropiado de su patrimonio —propiedades y efectivo— por cerca de dos millones de euros. En su relato, ella firmó papeles que no comprendía, y los poderes notariales se usaron para vaciarle la vida poco a poco. “Quiero justicia”, repitió ante testigos aquella mañana de la ejecución. 

Detrás de la foto había un expediente largo. Un año y medio antes, el 11 de julio de 2017, la Audiencia de Madrid había juzgado al nieto por un presunto delito continuado de estafa (y, de modo alternativo, apropiación indebida). Fue absuelto: la sala entendió que existían documentos firmados por la propia María y que no quedaba acreditado el engaño penalmente relevante. Aquella absolución dificultó cualquier otra vía penal directa contra él. 


El notario que autorizó poderes y escrituras defendió que cumplió con las “comprobaciones rigurosas” habituales. Esa afirmación, compatible con la absolución penal, no despeja la zona gris entre capacidad formal, comprensión real de lo firmado y posible aprovechamiento de un vínculo de confianza. El derecho penal puede no ver delito donde el envejecimiento y la soledad sí dejan huecos por los que se cuelan decisiones irreversibles.

El desahucio del 3 de diciembre de 2018 consumó el resultado civil de aquel itinerario patrimonial: María perdió la posesión de su casa. Testigos relataron que, tras la diligencia, se negó a irse de la calle; la imagen de la anciana en el banco corrió por redacciones y redes. La escena terminó con un traslado sanitario por hipotermia, otro dato que subrayó la ausencia de una red de cuidados cuando más falta hacía. 

Más allá del foco mediático, el caso expone un triángulo incómodo: poderes notariales, litigios familiares y vulnerabilidad cognitiva/afectiva propia de edades muy avanzadas. Con documentos firmados es difícil revertir ventas o donaciones; pero con afectos rotos es imposible recomponer la confianza. Cuando el conflicto alcanza los juzgados, la pregunta ya no es solo “qué se firmó”, sino “cómo se acompañó a quien firmaba”.


También obliga a mirar la respuesta institucional. La ejecución se hizo conforme a derecho, pero sin una solución habitacional inmediata ni un protocolo que evite que alguien de 99 años termine al raso horas en pleno diciembre. La ley fija procedimientos; la dignidad exige algo más: coordinación social, visita previa de servicios municipales, revisión de apoyos y alertas de salud. El caso de María evidenció esas costuras.

En lo jurídico, la absolución del nieto cerró la vía penal —salvo nuevos indicios—; en lo humano, dejó abiertas todas las heridas: una anciana fuera de su casa, una familia fracturada y una ciudad que se preguntó cómo evitar que la letra de un poder acabe expulsando a quien debería proteger. Porque la vejez no debería ser un terreno para el formalismo sin empatía. 

“Viví noventa y tantos años en esta casa… y hoy no tengo ni una puerta que cerrar”, lamentó María. Su frase se convirtió en titular y en advertencia: los papeles pueden estar en regla y, aun así, producir injusticias sociales si no hay salvaguardas para mayores frágiles.


La historia de María Díaz Urosa no termina en quién ganó un pleito, sino en qué aprendemos como comunidad: que el patrimonio no es solo ladrillo y cuentas, es también amparo; que los poderes requieren controles reforzados cuando hay ancianos; y que ningún desahucio de una persona de 99 años debería ejecutarse sin un colchón de cuidados anticipado. Lo contrario nos condena a repetir la misma fotografía en otro portal.

Publicar un comentario

0 Comentarios