Testigos situaron a Mari Cielo subiendo al coche de ese hombre en las inmediaciones de una rotonda de acceso a Pozohondo. Desde ese punto, la línea temporal se cortó: no hubo más llamadas, ni movimientos bancarios, ni objetos que encajaran en una escena. La sospecha creció desde el primer día: la desaparición no tenía nada de voluntaria.
El caso se convirtió pronto en prioridad para la Guardia Civil. La investigación describió una relación conflictiva y una “cita” aquella mañana que habría sido el último contacto conocido. Sin cuerpo, pero con indicios, la causa avanzó hacia un juicio con jurado popular en 2011 en la Audiencia Provincial de Albacete.
Aquel jurado declaró culpable a la entonces pareja de Mari Cielo y lo condenó a 15 años de prisión por homicidio, pese a que el cuerpo nunca apareció. El veredicto se apoyaba en prueba indiciaria: testimonios sobre la última vez que se la vio con él, inconsistencias en su relato y otros elementos de contexto. Era una rara condena sin cadáver.
Pero en 2012 todo cambió. El Tribunal Superior de Justicia de Castilla-La Mancha anuló la condena y absolvió al acusado por insuficiencia de prueba: consideró que los indicios no superaban el umbral de certeza exigible para destruir la presunción de inocencia. La resolución subrayó que la desaparición no acreditaba por sí sola la muerte violenta.
La Fiscalía y la acusación particular llevaron entonces el asunto al Tribunal Supremo. En 2013, el alto tribunal confirmó la absolución y dejó sin efecto la condena de 2011. El caso quedó archivado de facto, sin responsables penales y sin una verdad judicial sobre qué pasó con Mari Cielo.
Para la familia, aquel giro fue un mazazo: habían llegado a escuchar un veredicto de culpabilidad… y luego vieron borrarse el fallo por la vía de los recursos. Su hija seguía desaparecida; el único acusado, absuelto. La frustración se transformó en una consigna repetida en entrevistas y concentraciones: “sin cuerpo no hay crimen… y sin investigación rápida, no hay pruebas”.
Con el paso de los años, la ficha de Mari Cielo permaneció activa en redes de búsqueda ciudadana. Se la sigue recordando por su nombre completo y por el punto en que se la vio por última vez. El eco del caso continúa como uno de los ejemplos más comentados en España de las dificultades para condenar sin hallazgo del cadáver, incluso con indicios múltiples.
En la cronología procesal, la historia es clara: desaparición en 2007; condena del jurado en 2011; absolución del TSJ-CLM en 2012; confirmación del Supremo en 2013. En la cronología humana, en cambio, todo sigue abierto: no hay cuerpo, no hay escena definitiva, no hay duelo que cierre. Hellín y Pozohondo quedaron marcados por una ausencia que todavía se nombra en presente.
Mari Cielo tenía 36 años. Dejó a su hijo en el colegio y fue a una cita que debía durar minutos. Después, el vacío. “Salió con su hijo al colegio… y el silencio se llevó su mañana”. Hoy su caso recuerda por qué las primeras horas son decisivas, por qué la prueba indiciaria exige rigor extremo y por qué, sin respuestas, la esperanza de una familia se convierte en la única sentencia que no prescribe.
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