La madre que se llevó a su bebé… y el silencio que quedó — El caso de Mónica Villagrán y su hija Lucía Candelaria

Corcovado, Chubut — 29 de abril de 2002. Esa tarde, Mónica Hortensia Villagrán salió de su casa con una mochila pequeña, una manta para el frío y a su beba de seis meses en brazos. Dijo que iba al hospital rural para un control rápido y que volvía en un rato. Tenía 19 años (algunas fuentes hablan de 21). Nunca llegó. Nunca volvió. Desde entonces, el pueblo vive con la sensación de que ese día, a la vera del río y entre pinos, algo se quebró para siempre.

La ruta hacia el hospital era corta y conocida. Mónica la había hecho otras veces, a pie o en algún auto de algún vecino. No había nada especial en el trayecto, salvo una llovizna fina y el murmullo de la tarde. Pero el reloj avanzó, el sol cayó, y la puerta de la casa quedó sin abrirse. La familia dio aviso; primero a los allegados, luego a la comisaría. Cuando la noche ya era silencio, empezaron los rastrillajes.

Patrullas, voluntarios, perros, orillas del río Corcovado, zanjas, entradas a campos. El hospital confirmó que ese día no había ingresado ninguna mujer con bebé con ese nombre. Tampoco había registros de taxis o remises. Ni cámaras, ni peajes. La nada. Al amanecer, se amplió el radio de búsqueda hacia la ruta que une Corcovado con parajes vecinos. El aire devolvió viento y tierra, pero ninguna señal de Mónica ni de la pequeña Lucía Candelaria.

Con los días, llegaron hipótesis y contradicciones. La familia apuntó a un conflicto de filiación: Mónica reclamaba reconocimiento y manutención para su hija y había tensiones con el presunto padre. Se tomaron declaraciones, se cruzaron llamadas, se revisaron coartadas. Nada encajó lo suficiente como para una imputación sólida. Tampoco apareció el supuesto vehículo que, según algunos comentarios de pasillo, podría haberlas recogido aquella tarde.


El expediente pasó a la fiscalía de la jurisdicción, se acumularon oficios y nuevos rastrillajes. Años más tarde, en 2009, una denuncia anónima señaló una tumba antigua en un cementerio abandonado, en la traza hacia La Tecka. Se excavó con prudencia y se levantaron muestras. El resultado fue un golpe seco: no había relación con Mónica ni con Lucía. Otra vez, la tierra devolvía silencio.

No hubo movimientos en bancos, ni ingresos a hospitales de la región con identidades coincidentes. Migraciones no registró salidas formales. El caso quedó en esa zona gris en la que quedan tantos expedientes: abierto, pero frío; con diligencias periódicas, pero sin una pista que cambie el tablero. Cada aniversario, la madre de Mónica vuelve a decir lo mismo: “Salieron para un control. No se evaporan dos vidas en una tarde”.

Corcovado aprendió a reconocer el nombre de Lucía Candelaria como un soplo: la beba de seis meses que se fue en brazos de su madre y no regresó. Las maestras que alguna vez la habrían tenido en un aula hoy son mujeres hechas, con la certeza amarga de que el tiempo pasó para todos, menos para ellas dos.


En los pueblos, todos se conocen. Ese es el consuelo y la condena. Se repite que “alguien vio algo”, que “alguien sabe algo”. Tal vez sea cierto. Tal vez la pieza que falta sea mínima: una matrícula, un horario, una conversación oída al pasar. En casos así, la diferencia entre penumbra y claridad está en un detalle que alguien guarda sin entender su valor.

Lo único que quedó firme en más de dos décadas es la forma del vacío: una joven madre que prometió volver, una niña envuelta en una manta, un hospital al que nunca entraron. Ningún cierre. Ninguna certeza. Sólo una búsqueda que se niega a apagarse.

Mónica tenía 19 años. Lucía, seis meses. Eran dos vidas al comienzo, no un misterio para coleccionar. Si estabas en la ruta, si pasaste por el hospital, si viste un coche que no encajaba, si recordás una charla de ese lunes, habla. A veces, el hilo que cose lo imposible está en la memoria de quien menos lo sospecha.


“Salieron al hospital… y el mundo no las devolvió. Si sabés algo, aunque sea pequeño, que no se quede en tu garganta. Porque el silencio también es una forma de perderlas otra vez.”

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