Entró en Kilroy’s Sports Bar a la 1:46 a. m. y salió a las 2:27, descalza —había dejado el móvil y los zapatos en el bar— acompañada por Corey Rossman. Caminó hacia su edificio (Smallwood Plaza) y volvió a salir poco después, tambaleante. Esa secuencia, cosida con testigos y vigilancia, fue la última normalidad registrada de su vida.
A las 2:48 a. m., una cámara la captó cruzando un callejón entre College Ave. y Morton St.; en esa ruta aparecieron sus llaves y su bolso. La ruta continuó hasta el apartamento de Rossman, donde otro compañero intentó que se quedara a dormir “por seguridad” y, al no lograrlo, la envió con un vecino, Jay Rosenbaum. Lauren tenía un hematoma bajo el ojo. Nada de eso anticipaba la grieta que venía.
La última persona que dijo verla fue Rosenbaum: 4:30 a. m., en la intersección de 11th St. con College Ave., caminando hacia el sur, sin zapatos, con leggings negros y camiseta blanca. Después, el silencio absoluto. En la web oficial de la familia quedó anclado ese punto en el mapa como un faro inútil: “Last seen at 11th & College.”
La búsqueda fue inmediata y feroz: voluntarios, perros, ríos, solares. En agosto de 2011, la policía y el FBI rastrearon durante nueve días el vertedero de Sycamore Ridge (Pimento) siguiendo el circuito de la basura de Bloomington. No hubo hallazgos que cerraran nada: solo más preguntas.
Las teorías se multiplicaron con los meses. En 2015, tras el asesinato de otra estudiante (Hannah Wilson), se investigó un posible vínculo por coincidencias de lugares y fechas; en julio de ese año la policía concluyó que los casos no estaban relacionados. El nombre de Daniel Messel aparecería y desaparecería de titulares sin traducción judicial en el expediente de Lauren.
Hubo también registros quirúrgicos: en enero de 2016, agentes y antropólogos forenses excavaron una propiedad en Martinsville (Morgan County) tras indicios con perros de restos humanos; remolcaron una camioneta blanca y cribaron tierra de un granero. El operativo no arrojó evidencia concluyente. Lauren seguía sin estar allí.
Ante la falta de respuestas, los padres de Lauren presentaron demandas civiles contra tres jóvenes que estuvieron con ella aquella noche, alegando negligencia (proveer alcohol y no asegurar su regreso). Entre 2013 y 2015, un juez federal y luego una corte de apelaciones desestimaron sucesivamente las acciones: sin pruebas que conectaran causalmente su estado con un desenlace concreto, no habría jurado que pudiera decidir.
El caso nunca se cerró. La ficha pública, actualizada por medios y autoridades, insiste en lo esencial: desaparecida desde el 3 de junio de 2011, vista por última vez en 11th & College, investigación abierta. En la cronología de la familia, el ruego permanece idéntico desde el primer día: “Someone knows something.” Y alguien, en algún lugar, aún podría decirlo.
Si uno recorre la noche paso a paso, descubre el vértigo: bares, cámaras, portales, un callejón, unos zapatos que no volvieron a sus pies. Lo más inquietante no es la ausencia: es el minuto exacto en que el relato se rompe y ninguna lente consigue repararlo. Porque a veces el peligro no se esconde en los márgenes: camina a tu lado, sonriendo, mientras las luces de la ciudad empiezan a apagarse.
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