La noche que se tragó un sanitario — El caso de David Sánchez Jover (Alcoy, 2007)

Era la madrugada del 14 al 15 de diciembre de 2007 en Alcoy, Alicante. David Sánchez Jover, 19 años, auxiliar de emergencias en una ambulancia de Cruz Roja, había salido a la cena de empresa navideña con sus compañeros. Después, como tantas veces en diciembre, el grupo cambió de mesa por pista: una discoteca, música alta, copas medidas, conversaciones que suben de tono sin que nadie lo note hasta que ya es tarde.

Lo último claro es el ambiente de esa sala: gente entrando y saliendo, luces cortadas por humo, y una discusión que pasa de empujón a altercado. Varios testimonios situaron a David enfrentado con un compañero de trabajo. No hay parte médico, no hay atestado en caliente que lo encuadre; sí, en cambio, versiones que hablan de un intercambio físico que pudo prolongarse fuera del foco de los demás.

A partir de ahí, el rastro se deshilacha. El teléfono de David dejó de emitir señal esa misma noche. No hay movimientos bancarios posteriores, ni mensajes, ni registros de transporte. Tampoco apareció su cartera, ni sus llaves, ni una prenda abandonada que ancle la cronología. Solo un silencio compacto que empieza en la puerta del local y se extiende por toda la ciudad.


En sede policial, un compañero llegó a declarar años después una versión estremecedora: que, en el contexto de la pelea, David habría caído, se golpeó, falleció, y que —presa del pánico— trasladó el cuerpo para ocultarlo. Dijo no recordar dónde ni cómo. La justicia no halló pruebas materiales que sostuvieran ese relato; sin restos, sin escenario y sin elementos objetivos, la hipótesis no pasó de confesión sin corroboración.

Las búsquedas se sucedieron por barrancos, márgenes del Serpis, polígonos, naves y puntos ciegos de la periferia. Se revisaron pozos, escombreras y tramos de monte próximos a vías de acceso rápidas. No hubo hallazgos. Tampoco las comprobaciones de cámaras de seguridad de la época —escasas y de baja calidad— ofrecieron una pista que amarrara los minutos críticos entre la salida del local y la desaparición.

En lo procesal, la causa conoció impulsos y frenazos. Con el paso de los años, y ante la falta de indicios nuevos, el procedimiento se archivó de manera provisional, mientras la familia pedía una y otra vez su reapertura. La ficha de David sigue activa en redes de alerta —incluida SOS Desaparecidos— como “desaparición de larga duración”, un estatus que duele porque nombra sin explicar.


Quedan, así, dos grandes líneas nunca probadas: un desenlace violento asociado a la pelea, con ocultación del cadáver; o un accidente fuera de la vista que, por cómo y dónde se produjo, dejó a David fuera de alcance y sin testigos. Las dos comparten un mismo obstáculo: la ausencia total de hallazgos materiales que permitan reconstruir los últimos metros de su recorrido.

Mientras tanto, Alcoy arrastra una certeza amarga: el primer minuto importa. Hubo gente, ruido, porteros, taxis, amigos que entraban y salían; y, sin embargo, nadie vio con claridad la secuencia final. Esa es la grieta por la que se escapan los casos: cinco pasos en la oscuridad entre una puerta y una esquina.

La familia de David no ha dejado de sostener su nombre en actos, aniversarios y entrevistas. Reclaman lo mínimo que cualquiera pediría: una búsqueda diligente, revisión tecnológica de escenarios, cotejo de viejas declaraciones y una oportunidad más para que un detalle —un recuerdo, una frase, un cambio en una versión— abra por fin la pared del silencio.


David tenía 19 años y trabajaba para que otros llegaran vivos al hospital. Aquella noche de diciembre, la ciudad le dio la espalda. Si estuviste allí, si escuchaste algo, si guardas una imagen que entonces te pareció irrelevante, habla: hay historias que solo se resuelven cuando alguien decide por fin ponerle luz a la madrugada.

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