Los hermanos que se desvanecieron en un hospital: el caso Orrit Pires (Manresa, 1988)

Era la madrugada del 5 de septiembre de 1988 cuando Manresa se despertó con un vacío imposible: Isidre Pires Orrit, 5 años, y su hermana Dolors Orrit Pires, 17, habían desaparecido del Hospital Sant Joan de Déu de Manresa (hoy integrado en la Fundació Althaia). Él estaba ingresado; ella se había quedado a su lado. Al amanecer, no estaban. Nadie volvió a verlos. 

Según la versión familiar recogida en la prensa local, Isidre había sido atendido por un cuadro leve —anginas con reacción a penicilina— y pasaba la noche en planta pediátrica acompañado por Dolors. Lo que siguió fue un tramo de horas lleno de lagunas: cambios de habitación, movimientos de personal y un registro interno que, con el tiempo, demostraría más sombras que respuestas. Desde entonces, la cronología se detiene en lo esencial: ambos niños “desaparecen dentro” del hospital. 

La escena inicial es perturbadora por su propia normalidad: no hay constancia de salida voluntaria, ni de un rapto con violencia, ni de cámaras (en 1988) que permitan rearmar el recorrido. La familia siempre ha sostenido que el hospital no facilitó información suficiente y que las primeras diligencias —vitales en cualquier desaparición— se diluyeron entre la rutina y el desconcierto institucional. Décadas después, el centro y la investigación judicial seguirían sin ofrecer un relato coherente de aquellas horas. 


Con el paso de los años aparecieron testimonios inéditos. En 2021 trascendió la declaración de un testigo que, siendo adolescente el día de los hechos, afirmó haber visto a un enfermero inyectar algo a un niño y trasladarlo hacia la zona de sótanos. El relato, estremecedor, nunca ha sido confirmado por pruebas materiales, pero reforzó la impresión de que la noche del 4 al 5 de septiembre ocurrieron hechos graves no documentados en los partes internos. 

La lucha familiar ha sido tenaz. Durante más de tres décadas, Mari Carme Orrit y sus hermanos han solicitado sin tregua la reapertura de la causa, nuevas diligencias y una auditoría de lo actuado en 1988. En enero de 2022 convocaron una concentración en Manresa para exigir que se reactivase la investigación y recordaron que el caso estaba planteado ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos: querían, al menos, una revisión efectiva que explicase cómo dos menores pudieron desaparecer en un hospital sin dejar rastro. 

El vínculo con el lugar del hecho también ha sido objeto de disputa simbólica. En 2023, los familiares pidieron al complejo asistencial un gesto de memoria: una placa o un monolito que recordara a Isidre y Dolors en el punto donde se perdió su pista. La dirección rechazó la propuesta, alegando criterios internos. El desacuerdo, más que protocolario, subraya la grieta entre el dolor de los deudos y el silencio administrativo que rodea el expediente. 


A nivel mediático, el caso ha sido revisitado por la prensa catalana y documentalistas, que han recogido versiones divergentes incluso sobre el diagnóstico de ingreso (asma en algunos reportajes, anginas en otros), pero coinciden en la esencia: la desaparición ocurre en el interior del hospital, durante una ventana nocturna mal explicada, y las actuaciones iniciales no preservaron información crítica para reconstruir los últimos movimientos de los menores. 

En términos de investigación, no hay imputaciones ni indicios periciales públicos que resistan el paso del tiempo: sin cámaras, sin hojas de ruta detalladas y con cambios orgánicos del centro sanitario a lo largo de 35 años, la causa se ha ido topando con un triple muro —prescripción penal, falta de registros operativos y degradación de memoria institucional— que ha impedido avanzar más allá de la conjetura razonable. 

La familia reclama hoy lo mismo que pedía en 1988: acceso a los datos completos de aquella noche, revisión externa de protocolos, reentrevistas con personal superviviente y una valoración forense de los “huecos” del expediente. No se trata solo de sanción penal (improbable por el tiempo transcurrido), sino de verdad, reparación y aprendizaje institucional para que un hospital —lugar por definición de cuidado— no vuelva a ser un punto ciego. 


Han pasado más de 35 años. El caso de los hermanos Orrit Pires sigue abierto en la memoria social y en el reclamo de su familia. La frase que repiten en cada aniversario resume la herida: “Entraron por una fiebre. Salieron del mundo”. Mientras no haya respuestas oficiales, esa noche en Manresa permanecerá como una habitación a oscuras: se sabe que alguien estuvo allí, pero nadie quiere —o puede— encender la luz

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