Mariano Iván Kaczuba: un viaje con su padre, un rastro que se disuelve


Florencio Varela, octubre de 2001. Mariano Iván Kaczuba tenía 4 años, un jardín al que asistía con regularidad, dos hermanas mayores y una rutina partida entre la casa materna y las visitas a su padre, Juan Mariano Kaczuba. Los traslados a Misiones —lugar de la familia paterna y de trabajos temporales— no eran una novedad; formaban parte de ese delicado equilibrio que muchas familias separadas sostienen como pueden.

A comienzos de octubre, padre e hijo volvieron a salir rumbo al NEA. La promesa era la misma de otras veces: unos días de viaje y regreso. Esa vez el regreso nunca ocurrió. Las llamadas se cortaron, los tiempos se estiraron, y la madre, Silvia Noemí López, comenzó una cadena de preguntas que aún hoy no tiene respuestas. En las primeras comunicaciones a la familia se habló de la muerte del padre y de que el niño estaba “desaparecido”; ni la cronología ni las circunstancias quedaron claras.

La denuncia por averiguación de paradero se asentó en Buenos Aires con derivaciones a Misiones. Se chequearon terminales de ómnibus, hoteles económicos, pasos interprovinciales y posibles cruces de balsa o puentes hacia Paraguay. Nada sólido. Tampoco emergió un circuito bancario ni consumo con documentación del padre que permitiera fijar un punto cierto de la última ubicación conjunta.


Con el correr de los meses aparecieron versiones contradictorias: que el padre habría sufrido un accidente en el interior misionero; que ambos podrían haber pasado la frontera hacia Paraguay con ayuda de conocidos; incluso, años más tarde, que el niño —ya adolescente— podría haber sido visto en Estados Unidos con otro nombre. Ninguna de esas líneas alcanzó el estándar probatorio mínimo: faltaron documentos, testigos directos y registros oficiales que las confirmaran.

En 2009 la familia pidió reactivar el expediente por supuestas pistas telefónicas: números que habrían “encendido” en localidades del Alto Paraná y contactos atribuidos a amistades de juventud del padre. La trazabilidad fue insuficiente: sin intervención judicial oportuna en 2001-2002, la recuperación histórica de datos fue fragmentaria y la tecnología de la época no dejó huellas granulares. La causa volvió a naufragar en la falta de elementos.

Mientras el expediente oscilaba entre archivos provisorios y oficios renovados, la búsqueda social no se detuvo. La foto de Mariano Iván —pelo castaño claro, ojos oscuros, 4 años— se sumó a redes de menores desaparecidos en Argentina. Con el tiempo, se difundieron imágenes de progresión de edad para imaginar cómo luciría a los 10, 15, 20 años. Esas piezas, producidas por equipos especializados, son hoy una de las pocas herramientas para despertar memorias dormidas en fronteras y comunidades migrantes.


En paralelo, la familia caminó pueblos de Misiones: Posadas, Oberá, Eldorado, Montecarlo, Wanda. Hablaron con docentes, agentes sanitarios, trabajadores de terminales, parroquias y comisarías. Buscaron en aserraderos y chacras, donde los registros informales suelen cubrir espacios que el Estado no alcanza. Recogieron rumores, los llevaron al expediente, y chocaron una y otra vez con el mismo muro: sin documento, sin partida, sin una constancia primaria, todo queda en conjetura.

A más de dos décadas, persisten tres hipótesis de trabajo que no se excluyen entre sí: 1) desaparición con componente intrafamiliar y ocultamiento del niño en el entorno paterno ampliado; 2) salida del país por paso no habilitado hacia Paraguay y eventual reasentamiento con identidad de hecho; 3) fallecimiento del adulto responsable durante el periplo y posterior desamparo/retención de Mariano por terceros, con pérdida total del vínculo con su identidad de origen. Cada línea tropieza con el mismo problema de origen: 2001 fue un año de crisis, rutas con controles laxos, registros en papel y fronteras porosas.

El caso sigue activo en bases de datos de búsqueda argentinas. No hay constancia judicial firme de que Juan Mariano Kaczuba haya fallecido en la fecha y forma que se refirió informalmente a la familia; no hay certificado de defunción incorporado a la causa ni sitio de hallazgo acreditado. Eso mantiene abierta la posibilidad —dolorosa y a la vez necesaria— de que existan testigos que todavía no hablaron o documentos perdidos en oficinas provinciales o municipales que puedan emerger con una revisión exhaustiva.

Para la madre, el tiempo se mide en aniversarios y en llamados que ojalá lleguen. Para el expediente, el tiempo se mide en oficios, exhortos y pedidos de cooperación que necesitan un dato nuevo para romper la inercia. Y para Mariano —hoy un adulto si está vivo— el tiempo puede haberse medido con otro nombre, otra historia, otro espejo. Por eso cada difusión insiste en lo mismo: si sos vos y te reconocés en ese niño de 2001, o si conociste a alguien que calza en esta historia, tu palabra puede reparar una vida.

Mariano Iván Kaczuba tenía 4 años cuando subió a un micro rumbo a Misiones y un hilo se cortó. Desde entonces, su nombre habita mapas, foros y progresiones de edad. La pregunta no es solo dónde está, sino cuántas veces miramos —en una frontera, en un aula, en un registro civil— y no vemos. Porque cuando desaparece un niño, el mundo tiene la obligación de moverse hasta que vuelva; y si no vuelve, de no dejar nunca de buscar.

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