Milena Sánchez Castro: un candado en Arganzuela, una palabra bajo luz ultravioleta y un relato que la familia se niega a cerrar


 

Madrid, 22 de noviembre de 2022. Milena Sánchez Castro, 20 años, había llegado a la capital y vivía con su pareja en Alcalá de Henares. Aceptó una cita con un cliente mayor, Alfonso F., 53 años, informático. Era un contacto habitual, según la investigación. Esa noche dejó de responder mensajes. La denuncia por desaparición llegó al día siguiente. A los pocos kilómetros, en la calle Fray Luis de León (Arganzuela), la historia se preparaba para el giro más cruel. 

La Policía acudió ese mismo martes al piso de Alfonso por otro motivo: había aparecido ahorcado en el baño. Levantaron su cadáver y se marcharon sin saber que, en una habitación cerrada con candado, permanecía el cuerpo de Milena. No había escena visible; la puerta no cedía. El móvil de la joven, geolocalizado días después, llevaría a los agentes de vuelta al mismo domicilio. Allí, el 28 de noviembre, hallaron a Milena sobre una cama, casi desnuda, con contusiones por todo el cuerpo y un golpe en la sien. Las marcas en el cuello apuntaban a asfixia/estrangulación

La cronología oficial quedó fijada en negro sobre blanco: desaparición tras una cita; suicidio del cliente horas después; localización del cadáver gracias al rastro del teléfono; puerta cerrada con candado; cuerpo con traumatismos y señales de asfixia. La UDEV asumió el caso con una conclusión inicial directa: homicidio de la joven y suicidio del presunto autor, que sería su “cliente habitual”. El dolor, sin embargo, rara vez admite finales tan lineales. 



Cuando la policía científica iluminó las paredes con luz ultravioleta, apareció una inscripción que congeló el aire: “Helter Skelter”. Dos palabras que remiten a la canción de los Beatles, sí, pero, sobre todo, a la leyenda sangrienta de Manson. La pintada—visible con luz forense—fue interpretada como “firma” o teatralización violenta. No era un piso cualquiera: era un escenario construido para contar algo. Y ese “algo” parecía pedir que miraran hacia la crueldad ritualizada. (Relato divulgativo recogido por crónicas y programas especializados en sucesos).

Mientras tanto, el telón de fondo se aclaraba: Milena trabajaba ocasionalmente como escort, captada y organizada por una agencia que le pautaba citas, vestimenta y tarifas, según reconstrucción de WhatsApp y ubicaciones aportadas por una agencia de detectives contratada por la familia. Ese informe, elevado al Juzgado de Instrucción 44, aportó itinerarios, instrucciones previas a encuentros y pagos acordados; y cuestionó aspectos de la versión policial, como horas, desplazamientos y coherencia del relato “todo ocurrió allí”. 

Las dudas familiares no eran humo. ¿Pudo morir en otro lugar y ser trasladada al piso? ¿Por qué nadie advirtió olores si el cuerpo quedó en un cuarto sellado varios días? ¿Encajaba el historial de mensajes con un encuentro sexual explícito o más bien con una negociación previa que no debía suceder ahí? ¿Y por qué el suicidio se produjo en una estancia distinta a aquella en la que se halló el cuerpo de Milena? La investigación privada, al cruzar trayectorias de taxi y antenas, defendió que algunos puntos no casaban con el parte inicial. La familia pidió reabrir diligencias: ADN, líneas telefónicas, dispositivos, gestión de la agencia que explotaba sus servicios. 



Lo que sí es sólido: el 29 de noviembre trascendió que la autopsia preliminar apuntaba a asfixia y un traumatismo craneal compatible con golpe en la sien; las marcas en el cuello reforzaban el mecanismo de muerte por privación de oxígeno. La Policía informó a la prensa de que él —enfermo grave, separado— la había contratado “varias veces” y que, tras matarla, se quitó la vida. Esa secuencia, por sí sola, cerraría el círculo judicial con una verdad triste: no hay banquillo para el autor, porque está muerto

Pero el círculo no cierra para quienes la querían. Onda Cero y otros espacios de sucesos reconstruyeron los últimos días de Milena: azotada por la explotación, con agenda marcada por terceros, desplazándose entre Alcalá y Madrid para “sugar daddies” y fantasías cada vez más violentas. El relato subrayó un detalle que hiela: la primera persona que vio el cadáver no avisó, creyó que era una muñeca. No hay metáfora más cruda para una chica convertida en objeto incluso después de muerta. 

En el expediente gravitan dos capas: la forense, que acredita lesiones y asfixia dentro de un cuarto cerrado; y la contextual, que señala trata blanda, proxenetismo digital y gestores que colocaban a Milena frente a clientes de alto riesgo. Si esa cadena de explotación operó el día de su muerte, hay responsabilidades que van más allá del hombre que aparece como único autor material. La agencia que la “programaba” no era un rumor; su sombra está en los chats



La última palabra, por ahora, es una palabra escrita bajo una lámpara forense: Helter Skelter. Para algunos, simple pose macabra; para otros, un mensaje: el asesino no solo mató, también quiso narrarse. La justicia, mientras tanto, aún debe decidir si el caso se da por cerrado con el suicidio o si se abre la compuerta a las responsabilidades accesorias: quién cobró por esa cita, quién marcó los tiempos, quién dejó a Milena sola en aquel cuarto. Su madre no pide venganza; pide verdad completa. Que el candado no cierre también la investigación.

Publicar un comentario

0 Comentarios