Era la noche del 16 de enero de 2019 en Villanueva de la Torre (Guadalajara) cuando Miriam Vallejo Blanco, “Mimi”, de 25 años, salió a pasear a los perros que cuidaba. Minutos después, en un camino de campo del término de Meco (Madrid) —a pocos kilómetros de su casa—, su ruta cotidiana se quebró para siempre.
La hallaron con decenas de heridas de arma blanca (hasta 89 puñaladas, según los recuentos más citados). Una pareja que pasó por la zona escuchó sus últimas palabras —“¡Dejadme, dejadme!”—, un rastro en plural que desde entonces alimenta la hipótesis de más de un agresor.
Villanueva de la Torre y toda la comarca quedaron paralizadas. Mimi era alegre, cercana, amante de los animales; su muerte se convirtió en sinónimo de miedo y desamparo. Durante meses, no hubo detenciones firmes ni una explicación que encajara con la vida de una joven sin enemigos aparentes.
Las primeras pesquisas señalaron a su vecino y amigo, Sergio S. M.: convivían en un chalet con la novia de él y Miriam paseaba también sus perros. Fue detenido siete meses después y pasó cuatro meses en prisión preventiva, pero quedó en libertad por falta de pruebas concluyentes. Años más tarde, el caso contra él fue archivado provisionalmente.
La forensia dejó cabos sueltos y dudas razonables: ADN de Sergio en ropa de Miriam que podía explicarse por transferencia (compartían lavadora y convivencia), collares luminosos nuevos en los perros que fijaban parte del timeline, y un escenario abierto, sin cámaras ni luces, que complicó la cadena de indicios.
En septiembre de 2022, la Audiencia de Madrid ordenó motivar mejor el archivo y reactivar diligencias; en enero de 2023 el juzgado volvió a archivar por falta de nuevos elementos. El péndulo procesal resumía la impotencia de una investigación con piezas que no terminaban de encajar.
El 17 de julio de 2025, seis años después, la Guardia Civil reabrió el caso con una nueva línea: reconstrucción de los hechos, revisión integral de tiempos y la posibilidad —otra vez— de varios autores. La reapertura devolvió foco a la voz en plural que escucharon los testigos y al tramo de campo donde todo se apagó.
En paralelo, informaciones periodísticas apuntaron a que esa nueva vía “descarta al principal sospechoso” y explora otras participaciones; un giro que, de confirmarse judicialmente, cambiaría el mapa del caso y el relato de estos seis años de sombras. Por ahora, no hay condenados.
Cada aniversario, Alovera y Villanueva se llenan de velas y pancartas. Mimi no es una estadística: es el rostro que recuerda las dificultades de investigar un homicidio al aire libre, los fallos de la prueba circunstancial y la necesidad de no dar por cerrada una verdad que aún no existe.
Y quedan las preguntas que muerden: ¿pudo alguien ver señales y no las entendimos? ¿Fueron uno o varios los atacantes? ¿Qué pieza falta para que la justicia tenga nombre y apellidos? Porque lo más aterrador no siempre acecha en lo desconocido: a veces se esconde al borde de un camino familiar, donde una palabra —“dejadme”— aún resuena pidiendo respuestas.
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