Motril, feria sin regreso: la desaparición de María Teresa Fernández y un cuarto de siglo de preguntas

La noche del 18 de agosto de 2000, Motril brillaba en farolillos y música. María Teresa Fernández Martín, 18 años, salió de casa para encontrarse con su novio y amigos e ir al concierto de Café Quijano en el recinto ferial. Su padre la dejó poco antes de las diez en la Avenida de Andalucía, cerca del punto de reunión. Fue la última vez que la vieron. Un SMS a las 21:53 —“Puede que tarde, pero voy, espérame”— quedó como su rastro final antes de evaporarse entre la multitud. 

No era la típica fuga juvenil. Quería estudiar, tenía planes sencillos y una red familiar atenta. La denuncia se interpuso esa misma madrugada; por entonces no había cámaras útiles en la zona y ningún testigo pudo ofrecer una secuencia sólida de su trayecto desde la parada hacia el encuentro. El caso pasó de desaparición “de feria” a misterio sin escena ni cronología completa en cuestión de horas. 

La investigación se centró en el entorno inmediato y en la ruta entre el centro y el ferial. El último mensaje al novio fijó una hora y una intención claras: iba a llegar, solo se demoraba. Testimonios dispersos la ubican caminando por la avenida mirando el teléfono, pero sin confirmación pericial adicional. Sin cámaras y sin una escena de crimen, la causa quedó huérfana de las pruebas que hacen avanzar los expedientes.

 

Los años siguientes estuvieron marcados por rebrotes de esperanza y pistas fallidas. En 2004, al hilo de los casos Wanninkhof y Carabantes, el británico Tony Alexander King llegó a implicar a Robert Graham ante un juzgado de Granada; aquello abrió una línea que no cuajó en acusación formal, pero que dejó constancia judicial de la hipótesis. La Policía, al menos hasta 2012, decía mantener “varias vías abiertas”, entre ellas la del entorno de King; ese mismo año se investigó un mensaje recibido por los padres, sin resultado. 

Dos décadas después, la ficha de SOS Desaparecidos sigue activa: 1,70 m, complexión delgada, pelo rubio liso, ojos castaños. En 2023 y 2024, los medios locales volvieron a reunir cronologías, insistiendo en el SMS y en el último punto cierto —la avena central de Motril— como claves que nunca se pudieron prolongar con geolocalización ni registros electrónicos propios de nuestra era. El tiempo, que suele traer tecnología, aquí solo trajo aniversarios. 

En 2024 y 2025, la familia reactivó su presión pública. Pidieron un careo entre King y Graham y reclamaron medios para revisar cada migaja de información con herramientas actuales. Su madre —Teresa Martín— verbalizó una súplica descarnada: que quien sepa algo hable, porque “el caso ha prescrito y ya no le va a pasar nada”, y lo único importante ahora sería saber dónde está María Teresa. 


Motril no la olvida. Cada agosto, el Parque de los Pueblos de América acoge un acto íntimo con flores y silencio; el ayuntamiento y colectivos locales repiten el nombre de María Teresa para que no se disuelva en la estadística de los más de 6.000 desaparecidos en España. Sus padres envejecen con la misma frase desde hace un cuarto de siglo: “Seguiremos buscándote”. 

La hemeroteca recoge teorías: red de trata, secuestro oportunista, violencia en el entorno ampliado, incluso accidente con ocultación. Ninguna ha cristalizado. La versión de la cita no cumplida es la única constante; todo lo demás es un rosario de conatos: llamadas anónimas, rumores de puerto, avistamientos sin soporte. El expediente, a 25 años, sigue sin ADN, escena, testigo clave ni confesión. 

Aun así, la cronología mínima se sostiene: padre la deja en el centro, SMS de demora, no llega a la cita, no aparece en el concierto; desde entonces, silencio absoluto. Lo que faltó aquella noche —una cámara, un testigo útil, un registro de antenas— es precisamente lo que más pesa hoy. La investigación, con idas y venidas, nunca ha podido cerrar nada; por eso todo permanece abierto. 


En 2025, los medios recordaron el 25º aniversario con reportajes y homenajes. No hubo hallazgos, sí un consenso: alguien sabe algo. En casos así, el paso del tiempo no borra; decanta. Una conversación en la feria, un trayecto corto, un desvío mínimo… y un pueblo que, entre farolillos, perdió a una de las suyas. Si la verdad existe, está en un detalle que alguien aún guarda. 

Cuando cae la noche de feria, Motril suena a canciones y a mar. Aquella de 2000 guardó otra música: la de un teléfono que no volvió a sonar y una familia que aprendió a vivir entre actos con flores y entrevistas que se agotan. No hay final para María Teresa; hay un nombre que se pronuncia para que un día, por fin, alguien rompa el silencio.

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