El dispositivo se activó de madrugada. GREIM, voluntarios y agentes medioambientales peinaron pedregales, neveros y cornisa, con el helicóptero bloqueado por la niebla. La crónica de aquellas primeras 48 horas es el retrato de un terreno traicionero: lomas que engañan la orientación, fallas profundas, rocas sueltas, agujeros invisibles y arroyos desbordados por la lluvia. Hubo rastro canino los primeros días, pero se perdió a cierta cota, justo donde la sierra se vuelve más áspera.
Los datos fríos completan el escenario: la última señal del móvil de José Antonio saltó en el repetidor del Torreón, ya en la ladera extremeña (provincia de Cáceres), lo que amplió el teatro de operaciones hacia el sur, entre La Muela y Navamuño. Ese “ping” técnico obligó a coordinar recursos de Castilla y León y Extremadura y a replantear barridos a ambos lados de la divisoria.
La ficha de SOS Desaparecidos sigue activa: 1,80 m, complexión atlética, pelo canoso, barba, 45 años en el momento de la desaparición. Un dato mínimo —anorak rojo— fue relevante para los rastreos visuales cuando el cielo abrió, pero ninguna prenda apareció. Ni una tela, ni una huella, ni un bastón. Sólo silencio.
Con el deshielo de 2023 llegaron nuevas batidas. En septiembre, la Guardia Civil reanudó la búsqueda con apoyo de unidades especializadas y fijó puntos de interés en la zona de Tornavacas (Cáceres), donde la orografía cae a cuchillo hacia el Jerte; el operativo terminó sin resultados ese mismo día. La UCO subió por fin a campo para reconstruir el recorrido de la señal telefónica sobre el terreno.
En junio de 2024, con estabilidad atmosférica, se desplegó otro esfuerzo conjunto: helicópteros, drones y voluntarios curtidos en alta montaña. Otra vez, nada. La montaña devolvía viento y distancia, pero no respuestas.
En mayo–junio de 2025, asociaciones, ayuntamientos y Guardias Civiles Solidarios lanzaron una gran batida civil en la cara sur, con perros detectores de restos óseos, drones fotogramétricos y un magnetómetro para barrer metales compatibles con el equipo que llevaba José Antonio. Participaron más de un centenar de personas; la cobertura local pidió voluntarios. Sin hallazgos.
Mientras, los listados oficiales recuerdan que en Salamanca aún hay desaparecidos sin rastro. En esa estadística áspera, el nombre de José Antonio se repite junto a otros casos abiertos; una hemeroteca que, por sí sola, explica el desvelo de los equipos de rescate y de los pueblos de la sierra.
Las hipótesis siguen abiertas desde el primer informe: desorientación súbita con caída en fallas; refugio improvisado tras un giro de tiempo severo; accidente en una zona de grietas o canchales móviles; incluso un avance forzado hacia la vertiente extremeña tras perder la visibilidad. Todas caben; ninguna ha podido probarse. En palabras de un rescatista, allí “el terreno absorbe las señales”: ni cobertura estable, ni huella que dure más que el siguiente vendaval.
Hoy, casi tres años después, la investigación continúa y la familia mantiene la búsqueda simbólica: cada temporada alguien vuelve a subir por si el deshielo, una riada o el azar dejan a la vista un objeto, una pista, un trozo de verdad. La sierra, de momento, calla. Y en el registro de desaparecidos, ese 29 de diciembre de 2022 sigue marcado como el día en que un hombre caminó hacia la montaña… y la montaña decidió no devolverlo.
0 Comentarios