A las 23:30 salió de la vivienda familiar, en el barrio de la Fuensanta. Diversas informaciones sitúan a Paco en la estación de autobuses de Córdoba esa madrugada; la familia sostiene que compró billete hacia Madrid, aunque nunca se ha acreditado de forma definitiva que lo tomara. Lo único seguro es que su móvil se apagó esa noche y no volvió a dar señal.
Desde el primer día, la familia activó búsquedas y apareció en medios para mantener viva la alerta. Con el tiempo, el caso ganó dimensión pública: vigilias anuales, concentraciones y una red de apoyo ciudadano que ha sostenido el nombre de Paco durante diez años.
La cronología temprana dejó un puñado de hitos: despedida en casa, paso por la estación, supuesto plan para pernoctar fuera, silencio digital. A partir de ahí, ninguna transacción, ninguna cámara con certeza absoluta del siguiente movimiento, ningún contacto verificable. Una desaparición “limpia”, sin escenas ni ubicaciones de cierre.
El paso de los años trajo también el peaje de las pistas falsas. La familia ha denunciado intentos de extorsión (mensajes exigiendo dinero a cambio de supuesta información) y llamadas que prometían revelaciones que nunca llegaron. La Policía ha investigado esos episodios como líneas separadas del caso principal.
En julio de 2025, al cumplirse diez años, Córdoba volvió a llenar la calle. No fue un acto más: por primera vez, los propios investigadores del caso acudieron públicamente a la concentración, un gesto que la familia leyó como compromiso renovado. Aun así, no hay avances concluyentes: ninguna evidencia nueva que cierre el vacío entre la estación y el después.
A nivel mediático, el expediente Paco Molina se ha convertido en símbolo de persistencia. Los grandes formatos de TV han seguido dando voz a sus padres —Rosa e Isidro—, y la prensa local y nacional recuerda cada aniversario con el mismo estribillo: “¿Dónde está Paco?”. La atención, sin embargo, no ha bastado para romper el silencio.
Diez años son también una losa emocional. En cada entrevista, Rosa resume la vida en pausa: una casa con la luz encendida por si vuelve, un teléfono que se mira por costumbre, una espera que no negocia con el calendario. La ciudad, por su parte, ha convertido su rostro en un recordatorio cívico persistente.
¿Qué sabemos hoy? Que Paco salió de su casa aquella noche; que fue visto en la estación de autobuses; que su teléfono se apagó; que ninguna pista verificada lo sitúa después con certeza; y que la investigación policial continúa abierta, sin resultados definitivos. Todo lo demás —móviles interesados, rumores, supuestos avistamientos— ha terminado en la papelera de las falsas esperanzas.
La pregunta que sostiene a Córdoba sigue intacta: ¿qué ocurrió entre la estación y el olvido? A falta de respuestas, queda una comunidad que no se acostumbra a la ausencia, unos padres que rehúsan cerrar la puerta y un expediente que recuerda que, a veces, la pesadilla no es el crimen visible, sino su perfecta desaparición.
“No me rendiré hasta saber la verdad. Mi hijo no se evaporó.” —Rosa Sánchez.
Si tienes información sobre Paco Molina, contacta con Policía Nacional o 112 en España. Cada detalle importa cuando el tiempo ha hecho del silencio su mejor escondite.
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