Era la tarde del 2 de junio de 2023 en Ocala, condado de Marion (Florida). Ajike “AJ” Owens, 35 años, madre de cuatro, caminó hasta la puerta del apartamento de su vecina después de otro cruce de reproches por los niños jugando en el patio común. Tocó. Al otro lado, una mujer blanca de 58 años, Susan Louise Lorincz, apuntó a través de la hoja cerrada y apretó el gatillo. AJ cayó en el porche mientras dos de sus hijos presenciaban el final. Aquella bala, disparada sin abrir, convirtió una riña de vecindad en un caso nacional.
No fue un arrebato aislado, dijeron luego familiares y vecinos: durante meses, las llamadas al 911 y las visitas policiales habían retratado una convivencia tóxica, con quejas constantes y, según testimonios, insultos y amenazas dirigidas a los menores de AJ. La secuencia la noche del disparo es conocida: una tableta dañada, unos niños asustados, la madre que acude a pedir explicaciones… y un tiro a través de una puerta cerrada. El sheriff del condado fue tajante: aquello “no era” un caso justificado por “Stand Your Ground”.
La detención de Lorincz llegó cuatro días después, con cargos de homicidio culposo con arma de fuego (manslaughter), negligencia culpable, agresión y dos delitos de asalto. La defensa anunció que invocaría la ley de autodefensa de Florida; la fiscalía replicó que disparar a través de una puerta cerrada contra una persona desarmada no encaja en ese paraguas legal. La discusión jurídica —miedo razonable vs. respuesta letal— marcaría todo el proceso.
En agosto de 2024, un jurado de seis personas declaró a Susan Lorincz culpable de homicidio culposo tras apenas dos horas de deliberación. Los fiscales subrayaron la “indiferencia temeraria por la vida humana” y la ausencia de cualquier amenaza inminente que avalara la fuerza letal. Con el veredicto, el caso se convirtió en referencia en foros legales sobre los límites reales de “Stand Your Ground”.
El 25 de noviembre de 2024, el juez Robert Hodges dictó sentencia: 25 años de prisión en el Departamento de Correcciones de Florida. En la audiencia, el magistrado apuntó que el disparo fue producto “de la ira, no del miedo”, y la familia de AJ pidió la pena máxima. Lorincz pidió perdón; el tribunal habló de un daño irreparable a cuatro menores que vieron la sangre de su madre en el umbral.
Para entonces, la opinión pública ya había convertido el nombre de AJ en consigna. Medios nacionales y organizaciones civiles señalaron la demora inicial en imputar y el ángulo racial del caso. La historia circuló como advertencia: la convivencia rota, los niños en medio, y la tentación de convertir una puerta en frontera absoluta, disparo mediante.
En 2025, la publicación de The Perfect Neighbor en Netflix volvió a encender el foco. El documental reconstruyó dos años de tensiones con bodycams, llamadas al 911 y vídeos de seguridad, y recordó que la bala atravesó madera y vacío antes de atravesar un cuerpo. La serie situó a Lorincz como símbolo de un “mal vecindario” sostenido por el miedo… hasta que el miedo se volvió letal.
Hoy, Susan Lorincz cumple su condena en la prisión estatal de Homestead. Reportes de prensa recientes confirman su situación penitenciaria y repasan el eco del caso en los hijos de AJ, ahora bajo la tutela de su abuela, que conmemoran a su madre mientras procesan el trauma de aquella noche. La justicia penal terminó; la reparación emocional no.
Más allá del veredicto, la pregunta madre persiste: ¿cuándo la irritación doméstica se convierte en “temor razonable” y cuándo es solo coartada para un acto irreversible? El sheriff lo dijo con crudeza a las cámaras: “Esto es exactamente un ejemplo de cuando no lo fue”. Ese subrayado, que rechaza la elasticidad del “temor”, explica por qué el jurado caminó sin titubeos hacia la culpa.
El caso de Susan Lorincz es una parábola contemporánea sobre puertas que separan mundos: el de los gritos, las quejas y los prejuicios; y el de cuatro criaturas que se quedaron sin madre por un clic detrás de una cerradura. AJ Owens tenía 35 años. Tocó para hablar. La respuesta fue un disparo. Y desde entonces, cada llamada por “ruidos de vecinos” en Florida se escucha un poco más alto.
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