Amy Fitzpatrick: diez minutos a casa por Riviera del Sol… y un rastro que se apagó en Año Nuevo

La noche del 1 de enero de 2008, en Mijas Costa (Málaga), Amy Fitzpatrick, irlandesa de 15 años, se despidió de su amiga Ashley Rose hacia las 22:00 y tomó el camino de siempre —una senda entre urbanizaciones de Riviera del Sol— para recorrer los “diez minutos” que la separaban de su casa. Nunca llegó. Desde entonces, su nombre es una grieta que no cierra ni en España ni en Irlanda. 

El entorno doméstico de Amy estaba en Riviera del Sol, donde vivía con su madre Audrey Fitzpatrick y la pareja de esta, Dave Mahon. Aquella noche no llevaba móvil, dinero ni abrigo, un detalle que reforzó desde el primer día la idea de un trayecto rutinario y breve. La Guardia Civil activó búsquedas con perros, helicóptero y voluntariado, sin una sola señal útil: ni huellas, ni prendas, ni testigos adicionales en ese tramo final. 

La cronología “dura” del caso es breve: última visión comprobada a las 22:00 saliendo del domicilio de la amiga, ausencia total de comunicaciones posteriores y denuncia inmediata de la familia al constatar que no había regresado a dormir. Los primeros días fijaron el marco: desaparición sin escena de crimen recuperable, zona residencial y una adolescente que debía cubrir a pie un corredor sencillo pero solitario de noche. 


Con el paso de las semanas, la investigación osciló entre tres hipótesis: fuga voluntaria (discutida por la familia), secuestro en el trayecto y crimen en el entorno cercano. A falta de indicios físicos, nada pasó del rango de posibilidad. En el verano de 2008 se denunció el robo de un portátil usado en la búsqueda, un episodio que añadió ruido pero no avances. El expediente quedó sin un punto de anclaje material que orientara nuevas batidas. 

El eje del dolor familiar se duplicó en 2013: el hermano mayor de Amy, Dean Fitzpatrick (23), murió en Dublín tras una discusión con Dave Mahon. En mayo de 2016, la Justicia irlandesa declaró a Mahon culpable de homicidio (no de asesinato) y lo condenó a siete años de prisión; la sentencia fue confirmada en instancias superiores. El estallido de ese caso, ajeno a España, reavivó las sospechas públicas sobre el entorno más próximo de Amy. 

Desde Irlanda, la familia y allegados han mantenido campañas anuales, pidiendo que la desaparición sea recalificada como investigación de homicidio y reclamando cooperación ampliada. En enero de 2023, una tía de Amy anunció gestiones para elevar la petición ante el Gobierno irlandés tras un aviso de “posible enterramiento”; no trascendió ninguna prueba verificable que activara nuevas excavaciones en España. 


En el plano estrictamente factual, lo más sólido sigue siendo lo básico: última visión en casa de la amiga; camino corto entre urbanizaciones; ausencia de móvil/dinero; cero evidencias físicas en el trayecto; ninguna detención por su desaparición. La web informativa dedicada al caso y las reseñas históricas coinciden en la misma síntesis: la noche del 1 de enero de 2008 es el último punto cierto en el mapa de Amy. 

Diecisiete años después, la narrativa pública se nutre casi solo de efemérides y llamamientos. El padre de Amy, Christopher Fitzpatrick, ha reiterado en 2025 que la familia desea que la causa en España dé el salto a investigación por asesinato si no aparecen señales de vida; en Irlanda, cada aniversario se reeditan vigilias y el mismo ruego: “Bring Amy home”. 

El expediente enseña la fragilidad de los casos sin escena: cuando no hay CCTV útil, soportes se pierden, no hay geolocalización de dispositivos y el tramo final es a pie en un pasillo oscuro entre urbanizaciones, la prueba se evapora con las horas. A partir de ahí, todo depende de nuevos testimonios o de hallazgos fortuitos. Ninguno ha llegado con entidad probatoria. 


Hoy, Amy Fitzpatrick sigue oficialmente desaparecida. En la costa de Mijas, ese paseo breve se convirtió en una frontera: a un lado, la rutina; al otro, el vacío. La investigación permanece abierta a cualquier indicio —en España o fuera—, pero su balance no cambia: ninguna pista sólida, ningún cuerpo y una familia que, cada Año Nuevo, repite la misma petición sencilla y devastadora: traed a Amy a casa. 

Publicar un comentario

0 Comentarios