El niño pintor de Málaga: diez minutos a casa, una entrevista en La Maison… y un rastro que se disolvió en 1987

La tarde del 6 de abril de 1987, David Guerrero Guevara, 13 años, salió de su casa en la barriada 25 Años de Paz (calle Alcalde Díaz Zafra, Málaga) rumbo al centro para una entrevista en la galería La Maison por su precoz talento pictórico. Se despidió de su madre, Antonia Guevara, y tomó el itinerario habitual: autobús hacia el centro y, después, su clase de dibujo. No volvió. Ese mismo día nació uno de los misterios criminales más persistentes de España. 

El plan estaba tasado al minuto: primero, La Maison —donde lo esperaba el periodista Paco Fadón— y, más tarde, la academia de pintura de la peña El Cenachero. La familia activó la alarma cuando, a la hora de recogerlo en la academia, David nunca llegó. Desde entonces, ninguna cámara, ticket o testigo verificó su presencia fuera del domicilio de la amiga o de las paradas de autobús cercanas. 

La búsqueda inicial fue masiva: Policía Nacional, Guardia Civil, batidas vecinales, ríos y alcantarillado, sin escena primaria ni indicio físico útil. El caso quedó anclado a una cronología mínima verificable —salida de casa y cita pendiente— y a un vacío posterior absoluto: ni prendas, ni huellas, ni llamadas. Con el paso de los días, la hipótesis de “retraso adolescente” cedió a la de desaparición criminal. 


A finales de los 80 y primeros 90 cristalizó la pista del extranjero: un aficionado al arte, Rudolf Eschmann (“el suizo”), alojado en el Hotel Los Naranjos en fechas cercanas. En 1990, una camarera declaró haber visto en su habitación fotos de menores y, sobre la mesilla, una servilleta con el texto “David Guerrero Guevara. Huelin” y una dirección que no recordaba; al día siguiente, la servilleta apareció rota en la papelera. Eschmann ya había fallecido cuando la policía llegó a él y no se halló ninguna foto de David entre sus carretes. 

Durante años, “el suizo” pesó como principal sospechoso. Sin embargo, en febrero de 2023 la Policía Científica desmontó esa línea: un estudio fisionómico y de técnica de trazo concluyó que la célebre caricatura atribuida a David no representaba a Eschmann, y los investigadores ampliaron el foco a más de 700 identidades vinculadas al entorno del menor y a la escena artística local. El tablero se reseteó 36 años después. 

La historia de la caricatura —clave simbólica del expediente— renació en octubre de 2019, cuando una excompañera halló en su buzón el dibujo que David le había regalado días antes de desaparecer. Aquello motivó la reapertura de diligencias: ¿cómo había reaparecido una pieza que se suponía intervenida o, al menos, localizada por los investigadores? La pista alimentó, de nuevo, la conexión con el visitante extranjero y con el círculo de El Cenachero, pero sin prueba concluyente. 


La línea oficial hoy es sobria: última visión en casa/familia, cita incumplida en La Maison y ausencia total de indicios posteriores. Ni fuga voluntaria —siempre rechazada por la familia—, ni secuestro al azar han podido sostenerse con evidencia material. Los listados retrospectivos y los reportajes de contexto siguen situando el caso entre los más desconcertantes para las fuerzas europeas, pero sin hallazgos nuevos desde 2019–2023. 

Cada cierto tiempo, la hemeroteca suma piezas: relecturas de la entrevista frustrada, del itinerario del bus, del barrio de Huelin que figura en la servilleta, o de nombres del entorno artístico que “alguien” situó en conversaciones de la época. Pero el núcleo probatorio permanece vacío. Y sin escena primaria ni CCTV de 1987, los reanálisis dependen de testimonios tardíos y documentos supervivientes. 

La familia Guerrero convirtió la ausencia en memoria combativa: aniversarios, entrevistas y llamamientos para que el expediente no se archive en la práctica. Tras la muerte de su madre, Antonia, el hermano Pablo ha insistido en que se revisen fondos, ficheros y restos de viejas pesquisas; el deseo no es punitivo, es saber dónde está David. 


Treinta y ocho años después, el caso del “niño pintor” resume los límites de la investigación sin anclaje físico: cuando el tiempo borra el camino y la única certeza es la cita a la que no llegó, la verdad se vuelve un dibujo incompleto. David Guerrero Guevara salió con una carpeta y una promesa; la ciudad aún busca el trazo que falta. 

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