Bruno Manser: el activista del bosque que se desvaneció en la selva de Borneo


Bruno Manser nació en Basilea (Suiza) el 25 de agosto de 1954. De joven ya era un inconformista: se negó a hacer el servicio militar por convicción pacifista, pasó tres meses en prisión y después se retiró a los Alpes a cuidar ovejas y vacas, fabricar su propia ropa y vivir casi sin dinero. Durante doce años trabajó en pastos de montaña, practicó escalada y espeleología, y fue alimentando una idea obsesiva: encontrar un pueblo que todavía viviera “cerca de su origen”, en armonía radical con la naturaleza.

A los 30 años, esa búsqueda lo llevó a la isla de Borneo. En 1984 llegó a la región de Sarawak (Malasia), se internó en la selva y terminó encontrando a los penan, uno de los últimos pueblos nómadas de la selva tropical. Al principio lo ignoraron: era un extranjero descalzo, flaco y silencioso que apenas hablaba su lengua. Pero con el tiempo lo aceptaron. Le dieron un nombre: Laki Penan, el “hombre penan”. Bruno aprendió a cazar con cerbatana, a leer los rastros del bosque y a moverse por ella como uno más. Vivió con ellos, de manera casi continua, entre 1984 y 1990.

Mientras Bruno aprendía su forma de vida, la selva empezó a llenarse de algo que los penan nunca habían conocido: ruido de motosierras y de camiones madereros. Grandes empresas, con el respaldo del gobierno de Sarawak, abrieron pistas por el corazón del bosque, arrasando árboles sagrados, zonas de caza y fuentes de agua. En pocos años, enormes extensiones de selva primaria fueron taladas. Los penan vieron cómo su hogar desaparecía delante de sus ojos. Bruno fue testigo directo de esa devastación.


Entonces dejó de ser solo un “forastero curioso” para convertirse en algo más peligroso para el sistema: un organizador. Junto a líderes penan como Along Sega, ayudó a levantar bloqueos en las carreteras madereras, donde hombres, mujeres y niños se plantaban frente a los camiones para impedir el paso. Era una resistencia pacífica, pero firme: troncos cruzados, pancartas improvisadas y cuerpos frágiles enfrentados a máquinas enormes. Aquellos cortes fueron reprimidos por la policía y la empresa, pero también dieron la vuelta al mundo. Bruno se convirtió en la voz internacional de los penan.

En 1990, tras años de vida clandestina en la selva —su visado estaba vencido y las autoridades lo consideraban un intruso—, Bruno salió a la luz pública. En 1991 fundó en Suiza el Bruno Manser Fonds (BMF), una ONG dedicada a defender los derechos de los pueblos indígenas de la selva y a denunciar la deforestación en Sarawak. Desde Europa organizó campañas, ruedas de prensa, giras con líderes penan y acciones espectaculares que incomodaron al gobierno malasio y a las compañías madereras.

Su forma de protestar era tan radical como su vida. Se declaró en huelga de hambre delante del Parlamento suizo para exigir medidas contra la importación de madera de Sarawak. Llegó a sobrevolar en parapente la residencia del todopoderoso jefe de gobierno de Sarawak, Taib Mahmud, con una camiseta de oveja y un cordero de peluche como símbolo de reconciliación, antes de ser detenido y expulsado del país. Manila, Ginebra, Kuching… Bruno usaba cada escenario como altavoz del bosque y señalaba directamente al poder político que se beneficiaba de la tala.



Pero su nombre ya era una piedra en el zapato de demasiados intereses. En Malasia se le declaró persona non grata y se le acusó de “interferir” en asuntos internos. Él, en cambio, insistía: el problema no era solo local, era global. Mientras en Europa se vendían muebles y suelos exóticos, Sarawak perdía, según las estimaciones posteriores, más del 90 % de sus bosques primarios en apenas unas décadas.

En febrero del año 2000, Bruno decidió volver, una vez más, con los penan. Entró por la parte indonesia de Borneo, en Kalimantan, acompañado primero de un pequeño equipo y de un colaborador del BMF. Tras varias semanas de marcha por la jungla, cruzando ríos y montañas, se separó del grupo y continuó con un guía local hacia la frontera con Sarawak. Aún enviaba postales a su pareja en Suiza, donde mencionaba cansancio, diarrea e incluso una posible costilla rota… pero también la determinación de seguir adelante.

El 25 de mayo de 2000, dos penan —Paleu y su hijo— lo acompañaron hasta divisar Bukit Batu Lawi, una montaña de roca caliza, casi mística para el pueblo penan, en la frontera entre Sarawak y Kalimantan. Bruno les dijo que quería escalarla solo. Les pidió que regresaran y se despidieron allí. Esa es la última vez que alguien lo vio con vida. No volvió al campamento, no regresó a Suiza, no volvió a hablar por radio. En la jungla, su rastro se apagó.


La reacción fue inmediata. El Bruno Manser Fonds organizó expediciones de búsqueda con helicóptero, mientras grupos penan rastreaban a pie caminos, ríos y zonas de selva virgen. Encontraron la que parecía ser su última zona de descanso y siguieron sus marcas de machete entre la vegetación hasta un área pantanosa al pie del Batu Lawi. Después… nada. No había restos, ni mochila, ni ropa, ni evidencia de otra presencia humana. Ni ascenso, ni regreso. Algunos se negaron a escalar los últimos metros de la pared de piedra: demasiado peligrosa sin equipo. El vacío empezó a llenarse de preguntas.

Desde el principio, las teorías se dividieron. La versión “oficial” más prudente habla de un accidente: una caída mortal durante el intento de ascender o descender de la montaña, en una zona tan abrupta que el cuerpo nunca pudo ser localizado. Pero siempre hubo otras hipótesis en la sombra: que fuese abatido en una operación encubierta, que lo detuvieran fuerzas de seguridad o incluso que alguien vinculado a intereses madereros decidiera borrar al activista más molesto de la región. No hay prueba definitiva de ninguna de ellas, pero tampoco apareció nunca ningún rastro que confirmara un simple accidente.


En noviembre de 2000, la diplomacia suiza intervino, pidiendo información oficial a Malasia y apoyando las búsquedas. Aun así, con el paso de los años, los esfuerzos en la selva cesaron. El 10 de marzo de 2005, cinco años después de su desaparición, un tribunal civil de Basilea lo declaró oficialmente “desaparecido, presuntamente muerto”. En mayo de ese mismo año, más de 500 personas llenaron la iglesia de Elisabethen, en Basilea, para despedirlo en un homenaje público. En Borneo, en cambio, los penan evitaron pronunciar su nombre, como dicta su tradición con los muertos, y comenzaron a llamarlo Laki Tawang: “el hombre que se ha perdido”.

Su historia no terminó allí. El Bruno Manser Fonds siguió activo, apoyando demandas legales de comunidades penan contra el gobierno de Sarawak por licencias madereras y agronegocios, documentando la deforestación y presionando a bancos y empresas europeas implicadas en ese negocio. Documentales como The Borneo Case y la película suiza Paradise War reconstruyeron su vida y desaparición, convirtiéndolo en símbolo global de la resistencia indígena frente a la tala. Incluso una nueva especie de pequeña araña de Borneo fue bautizada Aposphragisma brunomanseri en su honor: un guiño científico para que su nombre siguiera ligado al bosque que defendió.

Hoy, más de dos décadas después, casi nadie duda de que Bruno Manser murió en Borneo, pero el “cómo” sigue siendo un abismo abierto. Entre la hipótesis del accidente y la sospecha de un silencio impuesto, su caso resume algo que da auténtico miedo: en ciertos lugares del mundo, enfrentarse a los intereses que destruyen la naturaleza y atropellan a los pueblos indígenas no solo rompe carreras… también puede borrar personas. Y, aun así, el eco de Bruno sigue vivo en cada bloqueo penan, en cada mapa comunitario del bosque, en cada denuncia contra la deforestación.


“Desapareció en la selva que intentaba salvar.
Lo que no desapareció fue la pregunta que dejó atrás:
¿cuánto vale una vida… cuando estorba a un negocio?”

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