Carmelo Antonio Díaz Pezcoso: el vecino de Adeje que salió una tarde cualquiera y jamás volvió



El 9 de noviembre de 2016, en Adeje, al sur de Tenerife, Carmelo Antonio Díaz Pezcoso salió a hacer algo tan cotidiano como pasar por una zona comercial del municipio. Tenía 62 años, era vecino conocido en la zona y llevaba una vida tranquila junto a su esposa, Pilar. Aquella tarde no hubo despedidas dramáticas, ni planes extraños, ni mensajes de alerta. Simplemente, Carmelo no volvió a casa. Desde entonces, su nombre forma parte de la lista de desapariciones sin resolver en España… y de la pesadilla diaria de su familia.

La última vez que fue visto con certeza fue en una zona comercial de Adeje. No se ha hecho pública una secuencia clara de qué hizo después ni de por qué se desvaneció su rastro. No hay constancia de un viaje, de una discusión ni de un gesto que anunciara fuga. Solo un punto en el mapa, una hora aproximada, y luego un vacío que se ha alargado casi una década. Para la familia, esa imagen de Carmelo caminando entre tiendas y escaparates es el fotograma congelado que lo separa de la nada.

En el momento de su desaparición, Carmelo Antonio Díaz Pezcoso medía alrededor de 1,67 metros, pesaba unos 76 kilos y tenía una complexión corpulenta. Ojos verdes, calvicie parcial, pelo canoso. Padecía además problemas de visión, un detalle que multiplica su vulnerabilidad si se desorientó o sufrió un percance en la calle. No era, precisamente, el perfil de alguien que pueda ir muy lejos sin ayuda ni orientación clara. Y por eso, desde el primer día, la familia descartó en su corazón la idea de una marcha voluntaria planificada.


Cuando su ausencia se hizo anómala —Carmelo no aparecía, no llamaba, no daba señales— su esposa y sus allegados dieron la voz de alarma. Se activó la alerta a través de la asociación SOS Desaparecidos y de la Fundación QSDglobal, presidida por Paco Lobatón, que desde el principio se implicaron en dar difusión a su foto y sus datos. El rostro de Carmelo empezó a aparecer en carteles, redes sociales y llamamientos públicos: “Desaparecido en Adeje, 9/11/2016”. Para la familia, ver su cara repetida por todas partes era consuelo y tormento a la vez.

Los primeros días se desplegó un operativo intenso de búsqueda en Adeje y su entorno. Guardia Civil, Policía Local, grupos de emergencia, AEA, el GES y equipos de Cruz Roja participaron en rastreos de barrancos, caminos, solares y zonas de difícil acceso. Se revisaron fincas, márgenes de carreteras, cauces secos. Había esperanza: cuanto antes se busca, más posibilidades hay de encontrar. Pero los días pasaron y nadie encontraba una pista sólida de Carmelo.

Pronto la búsqueda dejó de ser solo local y pasó a tener alcance insular. Se ampliaron los rastreos a diferentes puntos de Tenerife, tanto rurales como urbanos. Zonas comerciales, estaciones, carreteras secundarias, tramos de costa… El nombre de Carmelo Antonio Díaz Pezcoso dejó de ser solo el de un vecino de Adeje y se convirtió en un caso de interés para toda la isla. Pero por más que el mapa se desplegaba, el resultado siempre era el mismo: ninguna pista concluyente, ningún hallazgo que explicara qué había pasado.


Desde el inicio, el Ayuntamiento de Adeje y las fuerzas de seguridad repitieron que “todas las hipótesis siguen abiertas”. Eso, en lenguaje de investigación, significa que no se descarta nada: desaparición voluntaria, accidente, desorientación, incluso la posibilidad de un hecho criminal. Para la familia, esa amplitud es un arma de doble filo: por un lado, saben que el expediente no está cerrado; por otro, viven sabiendo que todo es posible… y nada está probado.

La esposa de Carmelo, Pilar Dóniz, se convirtió con el tiempo en la voz de una espera que no termina. En entrevistas y actos públicos ha descrito el “sufrimiento día a día”, esa sensación de levantarse cada mañana con la misma pregunta sin respuesta: “¿Dónde está Carmelo?”. Ocho años después, ha confesado que se sienten “como en el primer minuto”, atrapados en un bucle donde el reloj avanza, pero la información no. El tiempo pasa; el dolor, no.

A lo largo de estos años, la familia y las asociaciones han lanzado llamamientos constantes a la ciudadanía. Piden algo que puede parecer pequeño, pero que lo es todo: que quien crea haber visto algo, quien recuerde un detalle mínimo de aquella tarde de noviembre, levante el teléfono. Un hombre caminando lejos de donde solía estar, un gesto extraño, un comentario oído al pasar… Cada campaña, cada entrevista, cada publicación en redes termina igual: “Si sabes algo, por favor, habla”.


Los aniversarios se han convertido en marcas de fuego. Cada 9 de noviembre, los medios vuelven a nombrar a Carmelo Antonio Díaz Pezcoso, y el país descubre —o recuerda— que aún falta un vecino de Adeje. En noviembre de 2024 se cumplieron ocho años desde su desaparición, ocho años sin una llamada, ni un hallazgo, ni una respuesta oficial que cierre el círculo. Para su familia, son ocho velas que no se apagan porque no hay tumba donde encenderlas.

En estos años, Pilar ha aprovechado cada micrófono no solo para hablar de Carmelo, sino para denunciar algo más grande: la falta de recursos suficientes para las búsquedas de desaparecidos en España. Ha pedido al Gobierno que invierta más medios humanos y tecnológicos para ayudar a las familias que viven este infierno. Porque su caso es el de Carmelo… pero también el de cientos de personas que desaparecen sin dejar rastro y cuyos expedientes se enfrían demasiado rápido.

El caso de Carmelo Antonio Díaz Pezcoso ha aparecido en programas y plataformas especializadas en desapariciones, con la participación de expertos en criminología, grupos de búsqueda y portavoces de QSDglobal. Su objetivo es claro: mantener vivo el nombre, que no se convierta en una línea perdida en un archivo. Mientras no haya cuerpo, confesión o prueba definitiva, nadie puede decir qué le ocurrió. Y mientras eso no se sepa, la obligación moral es seguir preguntando.


Hoy, oficialmente, el caso sigue abierto… pero detenido. No hay nuevas evidencias, no hay giros en la investigación, no hay movimiento visible. Lo que sí hay es una silla vacía en una casa de Adeje, unas fotos que miran desde las paredes y una familia que vive suspendida entre la esperanza y el miedo. Administrativamente es “una desaparición sin resolver”. Humanamente, es una herida que nunca cicatriza.


Carmelo Antonio Díaz Pezcoso no es un expediente; es un marido, un padre, un amigo al que se le perdió el camino una tarde de noviembre en Adeje. Su historia habla del terror más silencioso: el de no saber. Hasta que aparezca una pista, una voz valiente o una prueba que rompa este bloqueo, su nombre seguirá siendo un eco que recorre Tenerife preguntando lo mismo: ¿dónde está Carmelo? Y sobre todo, ¿quién se atreve por fin a contar la verdad?

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