La noche del 4 al 5 de septiembre de 1988, el Hospital Sant Joan de Déu de Manresa (Barcelona) era, en teoría, un lugar de batas blancas, luces frías y pasillos seguros. Allí estaba ingresado Isidre Orrit Pires, un niño de 5 años, acompañado por su hermana Dolors, de 17. A la mañana siguiente, ambos habían desaparecido sin dejar rastro. Desde entonces, el caso de los hermanos Orrit se ha convertido en una de las desapariciones más inquietantes y antiguas de España.
La familia Orrit Pires era numerosa y humilde: 15 hijos en total (uno de ellos fallecido siendo bebé), padre recién muerto de cáncer y una madre trabajando de sol a sol para sacar a todos adelante. En aquel septiembre del 88, Isidre había sufrido una reacción a la penicilina que le provocó estomatitis aftosa; por precaución, lo ingresan en Sant Joan de Déu Manresa. Dolors, cariñosa y responsable, se queda esa noche en el hospital como acompañante de su hermano pequeño.
Según los partes médicos, la dolencia de Isidre no era grave, pero sí molesta. Tenía llagas en la boca y fiebre, y debía permanecer en observación. Dolors duerme con él en la habitación infantil. Son casi la una de la madrugada cuando el personal del centro decide cambiar al niño de cuarto. En algunas versiones se habla de un traslado de habitación, en otras de un movimiento interno en la planta. Lo cierto es que esa fue la última noche en que alguien de la familia los vio.
La madre se marcha al caer la noche confiando en que Dolors cuidará de Isidre hasta la mañana siguiente. Cuando vuelve al hospital, ya de día, ni su hija ni su hijo están en la cama ni en ninguna de las salas aledañas. La respuesta que recibe es tan desconcertante como devastadora: los hermanos “no están, se habrán ido”; se sugiere que Dolors habría abandonado el recinto con el pequeño. A partir de ese momento empieza una búsqueda frenética por los pasillos, la capilla, los accesos… pero el hospital, un espacio cerrado, no ofrece ninguna pista.
La Guardia Civil es avisada y se pone en marcha la primera investigación. Se barajan tres hipótesis oficiales: fuga voluntaria de la menor llevándose al hermano, secuestro de los niños, o sustracción en el ámbito familiar más amplio. Se revisan puertas, salidas, registros y se interroga al personal. Sin embargo, desde el principio hay algo que chirría en la teoría de la “fuga”: Dolors tenía una fuerte miopía, tres o cuatro dioptrías, y sus gafas aparecen en el hospital. ¿Cómo habría salido de noche, con un niño de cinco años en brazos, sin poder ver bien y “con lo puesto”?
Con el paso de las horas, la búsqueda se extiende a Manresa, estaciones de tren y autobús, carreteras comarcales. No hay rastro. Días después, el caso salta a la televisión nacional: el programa “Quién sabe dónde”, presentado por Paco Lobatón, incorpora a Isidre y Dolors a la lista de desaparecidos. La foto de un niño pequeño y una adolescente morena empieza a circular por todo el país, pero las llamadas que entran son confusas, avistamientos no verificados o pistas que se desinflan.
En septiembre de 1989, un año después, la causa se archiva sin autor conocido. La familia, sin embargo, se niega a aceptar que todo termine ahí. En 1991 contratan a un detective privado de Barcelona que revisa el expediente y visita el hospital. Años después, este investigador insistirá en un detalle clave: “Se fueron, si es que se fueron, con tanta prisa que dejaron hasta las gafas”, subrayando lo incompatible que resulta esa supuesta fuga con las limitaciones visuales de Dolors y el contexto de un niño ingresado.
Con el tiempo surgen diversas teorías, todas inquietantes y ninguna probada. Algunos apuntan a un posible secuestro desde dentro del hospital: alguien habría convencido a la joven de salir o se habría llevado a los niños aprovechando la noche y la falta de cámaras de seguridad en 1988. Otros hablan de redes de adopciones ilegales o de trata, en una época en la que los controles eran mucho más laxos que hoy. Programas como “Equipo de Investigación” y “Más Vale Tarde” de laSexta han revisado el caso, señalando también sombras históricas alrededor de la gestión del centro, pero sin que se haya establecido jamás un vínculo directo con la desaparición.
A nivel judicial, el caso se investigó como un delito de rapto del menor e inducción al abandono del hogar de la mayor. Con los años y la falta de avances, terminó prescribiendo: en 2016 se dio por archivado definitivamente, sin responsables identificados. Sin embargo, la presión de la familia y la atención mediática han mantenido viva la posibilidad de alguna forma de revisión, al menos en términos de memoria y reconocimiento del fracaso institucional.
En 2023, el documental “Els Orrit”, estrenado en el festival DocsBarcelona y posteriormente emitido en plataformas, volvió a poner la lupa sobre aquella noche de 1988. A través de testimonios de varios hermanos, del detective privado y de periodistas como Paco Lobatón, el filme reconstruye cronológicamente lo ocurrido y señala lagunas en la investigación inicial: movimientos de habitación no registrados con precisión, contradicciones en algunas declaraciones y la ausencia total de un protocolo de seguridad infantil que hoy sería impensable.
Desde entonces, el caso de los hermanos Orrit ha reaparecido en reportajes de La Vanguardia, ElDiario.es, El Cierre Digital y ABC, así como en el podcast “Desaparecidos” y en la sección de Paco Lobatón en “Directo al grano” (RTVE), donde se recuerda que, a día de hoy, no hay ninguna unidad policial trabajando activamente en la investigación, aunque la familia nunca ha dejado de buscar. Más de tres décadas después, la pregunta sigue intacta: ¿cómo es posible que dos menores desaparezcan de un hospital sin que nadie vea nada?
La voz más insistente en estos años ha sido la de Mari Carmen Orrit, una de las hermanas mayores. En entrevistas recientes, su frase resume el dolor de casi 40 años de vacío: “Pasan los años y todo está igual… No quiero morir sin saber qué les pasó”. En cada aparición pública, recuerda que Isidre hoy sería un hombre de más de cuarenta años y que Dolors habría superado ya los cincuenta, y que ella sigue imaginándolos vivos, en algún lugar, esperando ser reconocidos.
El caso de los hermanos Orrit también ha servido para reflexionar sobre los fallos en los protocolos de seguridad de los años 80 y sobre cómo han cambiado los hospitales desde entonces: controles de acceso más estrictos, cámaras en pasillos, registros de acompañantes y una coordinación mucho más rápida con las fuerzas de seguridad. Criminólogos y detectives que han estudiado el caso señalan que, con las medidas actuales, una desaparición doble en un recinto sanitario sería muchísimo más difícil… aunque nunca imposible.
Hoy, cuando se habla de desapariciones en España, el nombre de Isidre y Dolors Orrit aparece junto al de otros niños y adolescentes que se esfumaron sin explicación. Pero su historia tiene algo especialmente perturbador: no desaparecieron en una carretera, ni en un descampado, ni de camino al colegio. Desaparecieron en el lugar donde, se supone, uno está más a salvo: un hospital infantil.
Porque aquella madrugada de septiembre de 1988 no solo se perdieron dos niños. También se rompió la confianza en que las paredes de un hospital lo protegen todo. Y, hasta que alguien explique qué pasó con los hermanos Orrit en el Hospital Sant Joan de Déu de Manresa, la pregunta seguirá latiendo en cada pasillo iluminado: ¿cómo puede la vida apagarse así, entre batas blancas, sin dejar ni un solo rastro?
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